Una de las visitas imprescindibles en el Alto Valle del Lozoya es la Cartuja de Santa María de El Paular, situada al pie del pico de Peñalara, en un paraje de gran belleza poblado de bosques de pinos en el municipio de Rascafría. En El Paular se reúnen historia, arte y entorno natural para proporcionar una experiencia que sobrecoge a quienes lo visitan.
El origen y desarrollo inicial de este monasterio no puede entenderse sin la celosa intervención de los reyes de la Casa de Trastámara. En 1390, Juan I concedió a los cartujos unos terrenos en el Valle del Lozoya, donde ya existían unos pabellones de caza y la ermita conocida como Santa María del Pobolar.
La historia del monasterio se inicia en 1392 con la construcción del claustro de los monjes y las celdas adyacentes, usándose como iglesia la primitiva ermita. Años después, en 1406, el rey encomienda al prior de la Cartuja la construcción, junto al monasterio, de una residencia para la familia real, así como la edificación de una iglesia que se ajustase a los cánones de los cartujos. Durante el siglo XV y principios del XVI, las obras se desarrollaron con lentitud, pero se fueron completando reformas y construcciones como el atrio, la reforma del claustro de los monjes, la capilla de los Reyes y la portada de acceso a la Cartuja. Los siglos XVI y XVII no traen grandes cambios en el conjunto, pero, en el siglo XVIII, vuelven a ejecutarse trabajos de envergadura, como la reforma de la capilla del Sagrario y el Transparente. En la segunda mitad del XVIII, los trabajos más destacables tienen que ver con la reparación de los daños que sufrió el monasterio a causa del terremoto de 1755. Con el siglo XIX llega la decadencia y ruina, primero con la exclaustración decretada en 1809 por José Bonaparte, y después con la Desamortización de 1835, que trajeron abandono y una progresiva degradación del conjunto, hasta el punto de que, en 1876, se decretó su declaración como Monumento Histórico Artístico para evitar su ruina.
En conjunto, el monasterio de El Paular presenta una compleja planta compuesta por diferentes agrupaciones constructivas: el claustro de los monjes y las celdas, la iglesia, los aposentos reales y la zona dedicada a los frailes. El acceso se realiza a través del Patio de la Cadena en cuyo centro se emplaza una fuente y, en el ángulo noroeste, la capilla de los Reyes, hoy dedicada a la Virgen de Montserrat. Desde aquí se accede a los aposentos del rey, dispuestos en torno a un pequeño claustro de principios del siglo XV, con arcos escarzanos sobre columnas octogonales.
Junto a los aposentos reales se ubica otro sencillo claustro gótico del mismo momento en torno al cual se situaban las celdas de los frailes y desde el que, mediante una galería, se accede al patio que precede al atrio de la iglesia, una obra atribuida a Juan Guas cubierta con bóveda estrellada decorada con los escudos de Castilla y de los Trastámara.
La iglesia no es la primitiva, en la actualidad presenta una sola nave dividida en tres tramos y cabecera poligonal; el primer tramo dispone de unas gradas por las que se desciende a la nave. El segundo tramo estaba dedicado a coro de conversos y, finalmente, el tercer tramo lo constituía el coro de monjes. Tras el presbiterio, donde se encuentra un retablo de finales del siglo XV relacionado con la escuela de Juan Guas, se encuentran dos capillas que albergan el Sagrario y el Transparente.
Adosadas a la iglesia por el sur, encontramos la sala capitular y algunas capillas. En la parte norte está la torre, reconstruida en su último tramo tras el terremoto de 1735, así como el pequeño claustro de La Recordación, desde el que se accede al refectorio y, desde aquí, al claustro de monjes, núcleo originario del monasterio y al que se abren las celdas de los monjes, que siguen el modelo de las celdas cartujas, que contaban con sala con chimenea y un huerto individual.