Cariño, amabilidad, sonrisas, autenticidad y mucho más es lo que define a la familia de la Cafetería Llorente. Ubicada en la calle de San Sebastián número 12 de Boadilla, esta pequeña cafetería de toda la vida del pueblo, lleva 35 años dando desayunos, aperitivos y raciones desde que abre a las seis y media de la mañana hasta las diez-once de la noche que se va su último cliente. Muchas horas de trabajo detrás de la barra y en cocina que hacen los hermanos Llorente, Charo y Luis, para atender como se merecen a sus clientes, que más que clientes son ya una gran familia.
En enero, coincidiendo con las fiestas de San Sebastián fue cuando abrieron la cafetería en el año 1990. “Este local era el garaje de mi padre, era camionero y aquí metía el camión para arreglarlo. Un día le dijo a mi hermano Luis que, si quería montar algo y él, que trabajaba en la antigua churrería de Boadilla, le dijo que un bar porque le gustaba el oficio”, nos cuenta Charo, hermana de Luis, que está con él al frente del bar.
El apellido de Estanislao, más conocido en el pueblo como Tani, fue el nombre elegido para la cafetería. “Aunque es Cafetería Llorente, que nada tenemos que ver con los autobuses Llorente, todo el mundo siempre dice “vamos donde el Tani”, por mi padre. Somos de Boadilla de toda la vida, tanto mi padre como mi madre que nació aquí y nosotros, por supuesto”, afirma una sonriente Charo.

Al principio estuvo Tani con su hijo Luis en la cafetería, “mi madre hacía las tortillas de patatas en casa y luego las bajaba al bar a las ocho de la mañana y te puedo decir que una hora después, ya no había tortillas. Por mi parte, yo venía a echar una mano cuando terminaba de trabajar. Trabajaba en el antiguo videoclub que había en la esquina de la calle y cuando me despidieron, me vine aquí definitivamente con ellos. Vamos, que llevo desde que empezamos la cafetería”, recuerda Charo. “Además de las tortillas de mi madre, mi padre empezó la tradición de hacer paellas de aperitivo todos los sábados, tradición que, a día de hoy después de 35 años de negocio, seguimos manteniendo. Mi hermano hace unos callos buenísimos, los boquerones en vinagre que hago también están muy ricos, las tortillas…, en general todos los aperitivos, hasta ahora no se me han quejado los clientes, aunque vamos innovando, esto es lo que mejor se nos da junto con la paella que a veces la saco y a los tres cuartos de hora ya no hay”, dice Charo.
La cafetería no ha sufrido reformas en todo este tiempo, salvo pintura, pero la barra y el resto sigue igual que cuando la abrieron hace treinta y cinco años, sólo se añadieron unas mesas altas por protocolo cuando vino el Covid.
“Éste es un trabajo muy sacrificado donde echas horas, pero merece la pena por la clientela. Es una cafetería muy familiar ya que nuestros clientes son habituales, somos como una piña, una pequeña gran familia. Sabes sus gustos, cómo toman el café, el aperitivo que les gusta, y la gente que viene nueva sale encantada, de momento ninguno se nos ha quejado así que muy bien, la verdad que sí”, dice Charo cuya cara refleja la felicidad y el cariño cuando habla de sus clientes a los que adora. Y es que al igual que su padre Tani y su madre Petra, a Charo y a su hermano Luis, les gusta ese sentimiento de ver unida a la gente, son muy familiares. En las fiestas grandes de la localidad, son muchos los que vienen a primera hora a la Cafetería Llorente “las peñas saben que somos el primer bar que abrimos así que se pasan por aquí, a la seis de la mañana, para los bocadillos y desayunos. En esas fechas se juntan varias generaciones, hay mucha gente mayor que desgraciadamente ya no está, pero vienen los hijos, son unos días de reencuentros porque algunos no viven en Boadilla, pero es muy bonito volver a verse”, dice emocionada Charo.

Recuerda Charo, entre risas, una anécdota de su padre cuando organizaba almuerzos con la gente del pueblo, “un año en las fiestas del pueblo hizo criadillas rebozadas y hubo un cliente que empezó a comerlas y le preguntaba qué era y mi padre le decía, “tú come y calla” y ya cuando le dijo lo que era, fue a devolver. Mi padre siempre ha hecho piña con la gente, preparaba unos almuerzos impresionantes. Aquí se han celebrado cumpleaños de clientes, con conejo al ajillo, cordero, cochinillo…, de hecho, hace poco se juntó una quinta, comieron y se lo pasaron estupendamente”.
En el treinta aniversario de la Cafetería Llorente, Charo organizó una fiesta sorpresa para su hermano. “Le eché fuera, y preparamos una buena, se emocionó mucho. Mi cuñada hizo un cuadro en el que están mis padres y mi hermano y se lo regalamos. Fue realmente bonito”, recuerda Charo.
Relevo generacional no habrá ni por la parte de Luis ni por la de Charo, al final es un trabajo muy sacrificado y sus hijos no seguirán. Pero todavía les quedan muchos años de alegría, amabilidad, buen ambiente y mejor cocina que ofrecer a sus clientes. Pero sobre todo ese cariño, “cuando un cliente habitual no suele venir, te preocupas y te preguntas si le habrá pasado algo”, ese sentimiento de Charo y de Luis hacia sus clientes, es la verdadera seña de identidad de la Cafetería Llorente. Una cafetería de toda la vida del pueblo que te recibe con los brazos abiertos.
Texto: Kathy Montero. Fotos: Ayer&hoy, cedidas por Cafetería Llorente