Luis Andrés Domingo / Puertas
Historiador y arqueólogo

Uno de los lugares que identifican al Madrid del último siglo en el imaginario colectivo es, sin duda, la histórica estación de Atocha. Referente de la arquitectura ferroviaria en hierro de finales del siglo XIX, ha sido y es a la vez puerta de entrada y salida de una ciudad que, en muchos aspectos, conecta a través de esta estación con los tiempos que corren en otras ciudades europeas, una terminal a la que arriban gentes de toda condición y de la que parten también todos los vientos de un Madrid que ha crecido entre el casticismo y cosmopolitismo. Siempre en transformación, como la ciudad, Atocha sigue de viaje hacia el futuro y aún hoy andan proyectándose importantes cambios, ante los que permanece siempre impertérrita la señora de hierro y cristal, la antigua, que no vieja, estación.

La historia de la Estación se remonta a 1851, cuando se inaugura la línea férrea que unía Madrid con Aranjuez, con salida en lo que se conoció como el “embarcadero” o Estación del Mediodía, construido tras derribar la cerca de la ciudad en el lugar donde se ubicaba la Puerta de Atocha. Pero el primitivo edificio pronto quedó pequeño y fue objeto de nuevos proyectos de ampliación durante los años siguientes, hasta que varios incendios acaecidos en 1864 afectaron notablemente a las cubiertas de madera de los andenes y a los edificios de viajeros y de administración.

Detalles de la gran obra de ingeniería de la estación de Atocha. (Fotos: Wikipedia)

Entre 1867 y 1880 se diseñaron nuevos proyectos para rehacer la estación, que nunca llegaron a realizarse. Durante esos años se construye una nueva cubierta, esta vez de hierro, sobre apoyos de fundición, que se mantuvo hasta 1891. El constante crecimiento del transporte ferroviario, en 1883 la compañía M.Z.A. comienza a diseñar la terminal definitiva, si bien el primer proyecto planteado por el arquitecto Gerardo de la Puente no llega a ejecutarse.

Será en diciembre de 1888 cuando Alberto de Palacio Elissagüe termine el diseño del proyecto de la estación cuya marquesina se conserva hoy en día. Aprobado definitivamente en 1889, el nuevo complejo se ejecuta previo derribo del edificio administrativo y con la intención de aumentar la longitud de andenes cubiertos.

La nueva marquesina de la estación se configura como una gran nave metálica que cubría vías y andenes y estaba cerrada por un extremo, precisamente el de la fachada que hoy en día podemos contemplar. En paralelo a la cubierta metálica se construyeron dos edificios longitudinales de viajeros. Lo más sobresaliente del nuevo diseño se debe a los cálculos del ingeniero francés Henri de Saint James, que llevó al límite el sistema estructural rígido con formas curvas, consiguiendo unas dimensiones de más de 48 metros de ancho, 27 de altura y 152 de longitud, superando a la mayoría de las que se realizaron en la Europa de aquel tiempo.

La nueva y moderna estación se inauguró con motivo de la conmemoración del IV Centenario del descubrimiento de América, a finales de 1892. La gran cubierta se cerraba a modo de fachada por una pantalla de estructura de hierro moldurado con cristalería deslustrada. A ambos lados de este frontal se dispusieron dos bellos edificios de ladrillo que remataban las naves laterales de salidas y llegadas de viajeros.

Esta estación de 1892, atravesando todos los avatares del siglo XX, perduró sin modificaciones esenciales hasta que, entre 1990 y 1992, con motivo de la implantación del tren de alta velocidad, el reputado arquitecto Rafael Moneo restaura y rehabilita el edificio, con la colaboración de Gabriel Ruiz Cabrero, Emilio Tuñón y Javier Revillo, convirtiendo la antigua estación en un vestíbulo comercial con un exótico jardín-invernadero.

Actualmente, la estación de Atocha afronta un nuevo periodo de proyectos que, previsiblemente, desembocará durante los próximos años en una nueva restauración de la marquesina histórica que mantendrá su esencia como hito de la arquitectura y la ingeniería ferroviaria de los siglos XIX y XX.