Francisco Javier Morales Hervás / Doctor en Historia

El liberalismo económico se implantó lentamente en la España del siglo XIX, cuya economía se caracterizó por un crecimiento lento y un atraso respecto a otros países europeos. Podemos diferenciar varias fases:

1) Crisis 1814-1844: la Guerra de Independencia y la emancipación de América dejaron a la economía española en un estado desastroso al profundizar el crónico problema de la deuda pública.

2) Recuperación 1844-54: Durante la Década Moderada hubo cierta una recuperación, aunque anclada en el proteccionismo económico.

3) 1854-1866: La desamortización de Madoz (1855), la Ley de ferrocarriles (1855) y la Ley bancaria (1856) impulsaron el capitalismo español y un progreso económico que logró el pleno empleo y calma social.

4) Crisis 1866-1874: La crisis bursátil de Londres (1866) fue nefasta para España por la dependencia del capitalismo español de inversiones extranjeras, que, al retirarse, paralizaron la economía española, provocando paro, precios altos y carencia de subsistencias.

5) Restauración (desde 1874): el fuerte proteccionismo y el impulso del capitalismo desde el Estado produjeron cierto progreso hasta finales de siglo.

 

La agricultura.

La inmensa mayoría de la población española en el siglo XIX trabajaba en la agricultura, sector productivo caracterizado por la desigual distribución de la tierra y el atraso tecnológico. A lo largo del siglo se producirán importantes cambios: el primer paso fue la desvinculación de las tierras nobiliarias, al abolir los señoríos y suprimir los mayorazgos; de este modo, se podrán vender tierras que habían permanecido fuera del mercado. Por otro lado, las desamortizaciones transformaron la propiedad de la tierra al nacionalizarse y venderse tierras de la Iglesia y de los municipios. La desamortización de Mendizábal (1836) principalmente afectó a los bienes del clero regular y la de Madoz (1855) a bienes de la Iglesia y de los municipios y comunales.

Este proceso hizo que más de 10 millones de hectáreas cambiaran de dueño, aumentaran los grandes terratenientes y se pusieran en cultivo muchas tierras abandonadas. Pero no se hizo un reparto de tierras entre los campesinos y por ello la reforma agraria sería la asignatura pendiente del campo español. Las desamortizaciones permitieron financiar la I Guerra Carlista y parte de los ferrocarriles, pero a la larga las consecuencias no fueron buenas: formación de una oligarquía, no redistribución de la propiedad, proletarización del campesinado y escaso interés de los nuevos dueños en invertir en el campo. Por ello, la palabra que define a la agricultura española del XIX es atraso.

 

La industria.

España durante el siglo XIX se caracteriza por el fracaso de la revolución industrial, en parte por contar con una burguesía rentista, especulativa y poco inversora. Es decir, los que tenían dinero y podían invertir no tenían mentalidad empresarial y aspiran, como los nobles, a “vivir de las rentas”. En consecuencia, la industria española dependió del capital y de la tecnología extranjeros. Además, la política proteccionista de los gobiernos moderados favorecía el inmovilismo y la pérdida de las colonias priva al país de mercados y materias primas.

La industria textil se concentró en la provincia de Barcelona, donde pronto se introdujo la nueva maquinaria (hermanos Bonaplata). El boom algodonero se produjo en el reinado de Isabel II, por la mecanización de las fábricas y el abaratamiento de la mano de obra (mujeres y niños). El proteccionismo de la Restauración redundó en el estancamiento tecnológico y la producción se mantuvo por el monopolio del mercado cubano, pero su pérdida en 1898 supuso un nuevo retroceso.

La industria siderúrgica presenta una extrema debilidad por la escasa demanda y el alto precio y la baja calidad del carbón nacional. El hierro resultante era caro en relación con el de otros países y si se consumía era por los aranceles que gravaban los productos metálicos extranjeros. Hasta 1880 la producción de hierro se concentró en Andalucía y Asturias. A partir de esa fecha se impone la siderurgia vasca por la fundación de  empresas como Altos Hornos de Vizcaya (1882) y la decisión gubernamental de hacer los pedidos para la marina (Astilleros de Nervión) a empresas españolas (1887).

 

El desarrollo de los transportes: el ferrocarril.

Durante el reinado de Isabel II se construyeron unos 2000 km de carreteras, pero el factor decisivo para articular el mercado nacional fue el tendido de la red ferroviaria, que también contribuyó a desarrollar el capitalismo español, al absorber gran cantidad de inversiones.

El primer ferrocarril en la España peninsular fue el de Barcelona a Mataró (1848), pero el tendido general de la red se hizo a partir de la Ley de Ferrocarriles (1855), que favoreció la inversión extranjera. El efecto inmediato fue espectacular: entre 1856 y 1866 se construyeron casi 5000 km. de vía. Fue muy importante el capital francés. Las inversiones españolas, sin embargo, fueron especulativas y dieron lugar a muchos escándalos de corrupción. La construcción de vías de ferrocarril se retomó con fuerza desde 1875 y, así, se llegó a 13.168 km en 1900.

El problema fue que gran parte de las líneas fueron deficitarias y que, en muchas ocasiones, se construyó con precipitación, pues el negocio era construir y cobrar las subvenciones. Otro aspecto negativo fue la disposición radial de la red, que favoreció el centralismo y dejó sin tren a amplias zonas deprimidas del interior. Además, el ancho de vía diferente al europeo perjudicó la conexión con el continente.

Imagen superior: Fotografía de los constructores y accionistas de la línea Barcelona-Mataró, hacia 1848. Wikipedia