César Vacchiano / Ingeniero y analista

La agresión de Rusia en Ucrania y las consecuencias del enfrentamiento con la Unión Europea (UE) que se deriva del apoyo explicito al país invadido, han provocado una deriva perniciosa para la economía, que es el resultado de la intensa e inconsciente dependencia europea de los suministros energéticos de Rusia.

Esa dependencia, provocada por el interés de Alemania en obtener gas barato con el que alimentar su estructura industrial en condiciones competitivas, arrastró a otros países del este de la UE y a la propia Italia, siempre cautiva del gas para su producción de electricidad. Por otra parte, los acuerdos para la reducción del vertido de gases de efecto invernadero redujeron la utilización del carbón con un impulso paralelo de las inversiones en fuentes renovables (eólica y fotovoltaica). Un planteamiento que no contempló la inercia de las transiciones energéticas cuya planificación y coherencia con la economía han de garantizar los gobiernos.

Alemania es culpable en este caso por la candidez de sus políticos respecto a la dependencia rusa –en algunos casos en la frontera con la corrupción como se ha demostrado en el negocio de los gasoductos– pero también por haber aceptado sin la reflexión adecuada la programación del cierre de sus centrales nucleares que facilitaban una electricidad barata y no contaminante, si bien representaba una baza para ganar las elecciones sin el peligro de “los verdes”. Paradojas de la vida han traído una consecuencia imprevista: el gobierno perdió las elecciones, los verdes entran en la nueva coalición y ahora defienden la energía nuclear.

La situación creada por las medidas adoptadas contra Rusia ha provocado un impacto en los precios energéticos que implica descontrol. La industria sufre la repercusión de unos costes imprevistos y los consumidores perciben una inflación que reduce su capacidad adquisitiva; todo de acuerdo con la teoría económica más elemental. ¿A quién beneficia todo esto? Una pregunta, quizás retórica, que solo pone en evidencia la calidad y responsabilidad de la clase política.

En primer lugar, porque se han estigmatizado fuentes energéticas seguras y competitivas que proporcionan autonomía a los países programando su eliminación:

• Las centrales de carbón cuyo efecto nocivo podría asumirse durante algunos años -China todavía las construye y EE. UU. las conserva para favorecer una transición lenta que proteja su industria– asegurando así mayor soberanía frente a la cautividad de Rusia.

• Las centrales nucleares cuya contribución a la demanda europea alcanza el 20 % y representan fuentes seguras, sin vertidos atmosféricos nocivos y garantía de estabilidad para las redes de transporte de electricidad.

En segundo lugar porque se ha entrado en una búsqueda improvisada de suministros alternativos de gas en la que las capacidades diplomáticas ponen en evidencia la influencia real de cada país en el concierto internacional.

La consecuencia de todo ello es una guerra larga, en la que el sufrido pueblo de Ucrania defiende su territorio para conservar la anhelada independencia; sanciones europeas al gobierno de Putin con la esperanza de que sufra las consecuencias de un rechazo interno; gas caro como deriva de suministros de origen lejano, licuado y con costes adicionales por transporte marítimo y reproceso; e incertidumbre sobre la incidencia del invierno climático ante el que los asustados políticos invitan a la moderación del consumo.

Nada es mejor en España, incluso puede asegurarse que la obcecación y la soberbia se imponen frente a la racionalidad.

• Nuestras centrales nucleares han sido obligadas a programar su cierre, mientras no se sabe de dónde obtener el 21% de la electricidad que consumimos.

• La capacidad para generar electricidad con carbón ha sido eliminada, sin contemplar si es peor la inflación provocada o un retraso en las metas de reducción de vertidos carbónicos.

• La utilización de las energías como fuente inagotable de recaudación fiscal lo que induce costes insoportables en empresas y hogares.

• La seguridad de complementar con gas el déficit de generación eléctrica se destruye por la incompetencia diplomática; hemos alterado la amistad con Argelia sin evitar que Marruecos nos siga amenazando con lo de siempre.

Europa es una gran potencia industrial y tecnológica que puede cubrir sus carencias de hidrocarburos con fuentes renovables –en las que nuevas instalaciones eólicas y fotovoltaicas aumenten su autonomía- y energía nuclear, todas ellas sin emisiones contaminantes; solo emite el 8% de los gases que se someten a control en el mundo y es pionera en una transición energética que requiere menos cobardía política y más planificación en consenso. De momento, nos toca pagar.

Foto: Danish Defence Command (RTVE)