La Semana Santa es, sin duda, una de las manifestaciones culturales y religiosas más arraigadas de España. Dentro de esta celebración, la música desempeña un papel fundamental, aportando solemnidad, emoción y un inconfundible sello identitario. Las marchas procesionales, compuestas específicamente para acompañar los desfiles cofrades, son mucho más que simples piezas musicales: son verdaderos testimonios de fe, tradición y evolución artística que han acompañado a las procesiones durante más de un siglo. En este reportaje se explorará el origen de las marchas procesionales, la razón por la que comenzaron a asociarse a las procesiones de Semana Santa, el surgimiento y evolución de las primeras agrupaciones musicales y bandas de cornetas y tambores.

El género de la marcha procesional surgió en la segunda mitad del siglo XIX. Originalmente, estas composiciones se concibieron como marchas fúnebres, destinadas a acompañar los cortejos funerarios. Con el tiempo, estas piezas encontraron un nuevo destino al ser adaptadas para acompañar las procesiones de Semana Santa. La idea era sencilla: si las marchas fúnebres ya lograban transmitir el sentimiento de recogimiento, solemnidad y dolor –elementos inherentes a la Pasión de Cristo–, ¿por qué no utilizarlas para marcar el paso de los cofrades en las procesiones?


En los primeros años, ante la escasez de composiciones propias para el ámbito cofrade, se recurrió a adaptaciones de obras clásicas. Por ejemplo, el segundo movimiento de la “Tercera Sinfonía” de Beethoven, la marcha fúnebre de Chopin compuesta para su “Sonata para piano Nº 2” o incluso piezas de ópera como “El ocaso de los dioses” de Wagner y “Tosca” de Puccini. Estas adaptaciones fueron el primer acercamiento de la música clásica al entorno de la procesión, sentando las bases para el desarrollo de un repertorio propio.


Aunque las adaptaciones fueron esenciales en un primer momento, muy pronto comenzaron a surgir las primeras marchas fúnebres compuestas expresamente para las cofradías. Uno de los pioneros fue José Gabaldá Bel, exdirector de la Banda de la Guardia Real de Madrid, quien compuso obras como “El llanto” y “Soledad”. Estos primeros trabajos, junto a composiciones como la “Marcha fúnebre” de Rafael Cebreros para la Semana Santa de Sevilla (publicada en 1874) y la obra “¡Piedad!” de Eduardo López Juarranz en Cádiz (1876), marcaron el inicio de una tradición musical que rápidamente se expandiría por toda España.


La década de los noventa del siglo XIX fue especialmente prolífica. Durante este período surgieron marchas como “El Señor de Pasión” (1897) y “El destierro” (1891, en Cartagena), que, aunque nacidas en contextos diferentes, aportaron elementos melódicos que más tarde se fusionarían en composiciones propias para Semana Santa.


La transición de las marchas fúnebres de cortejo funerario a piezas procesionales fue casi inevitable. La emotividad y la capacidad para marcar un ritmo pausado y reflexivo hacían de estas composiciones la banda sonora perfecta para las procesiones. La marcha, con su estructura –tema, desarrollo, trío y reexposición– permitía acompañar el lento y solemne andar de los cofrades, creando un ambiente de recogimiento que invitaba a la meditación y a la identificación espiritual.


Además, la música procesional se fue convirtiendo en un elemento esencial para la organización y el orden de los desfiles. Los directores de banda y las agrupaciones musicales utilizaban estas marchas para marcar el compás y el paso, asegurando que cada imagen y cada paso procesional siguieran un ritmo coordinado y uniforme. En este sentido, la música no solo cumplía una función estética y emocional, sino también práctica y organizativa.

La evolución del repertorio musical.- Con el paso del tiempo, el repertorio musical procesional fue evolucionando. A inicios del siglo XX, se inició un proceso de consolidación en el que las marchas fúnebres adoptaron características propias del género cofrade. Este período vio la creación de marchas que, a pesar de mantener el carácter solemne, incorporaban a veces tintes más “alegres” o incluso elementos de exaltación, adaptándose a las diversas necesidades de las cofradías.


Asimismo, el desarrollo de agrupaciones especializadas –bandas de cornetas y tambores, agrupaciones musicales y bandas sinfónicas– permitió que el acompañamiento musical fuera más variado y adaptado a cada acto procesional. Se pasó de interpretar adaptaciones de obras clásicas a contar con composiciones originales que hoy se han convertido en auténticos clásicos del repertorio de Semana Santa.


Entre los grandes nombres de la música procesional destacan la saga de los Font, que marcó un antes y un después en el sonido de las marchas, y compositores como Germán Álvarez Beigbeder y Manuel López Farfán, cuyas obras siguen sonando en numerosas procesiones de todo el país.

Primeras bandas de cornetas y tambores.- Aunque la música procesional tuvo sus orígenes en el siglo XIX, fue en el primer tercio del siglo XX cuando se produjo un cambio radical con la aparición de las primeras agrupaciones especializadas en el acompañamiento de las procesiones mediante cornetas y tambores. Un hito importante fue la fundación de la banda de cornetas y tambores del Real Cuerpo de Bomberos de Málaga, bajo la batuta del maestro Alberto Escámez. Este grupo, pionero en el uso de instrumentos exclusivamente de viento y percusión en el ámbito procesional, marcó el inicio de un nuevo estilo que se popularizaría en todo el país.


La incorporación de estos instrumentos permitió un sonido más austero, marcado y coordinado, ideal para resaltar el ritmo de las procesiones y el paso solemne de los cargadores. La tradición de las cornetas y tambores se consolidó como un componente indispensable en las procesiones, dando lugar a la formación de numerosas bandas, tanto de origen militar como civil.


A lo largo del siglo XX, las bandas de cornetas y tambores evolucionaron en cuanto a repertorio, técnica y composición. Inicialmente, su estilo era muy “primitivo”, con arreglos sencillos y una instrumentación básica “que acompañaban al paso, ayudaban al caminar y daban un ambiente militar en cierto modo, recordando de alguna manera lo que era la milicia romana acompañando a Cristo en su camino a la Cruz”, señala el musicólogo, escritor y profesor Antonio Vallejo Cisneros.


Con el paso de las décadas, las agrupaciones comenzaron a incorporar elementos más sofisticados, a experimentar con nuevos arreglos y a fusionar influencias musicales que iban desde la tradición militar hasta toques populares y, en algunos casos, influencias de la música clásica.


Asimismo, se diversificaron las agrupaciones: surgieron bandas de música completas, agrupaciones musicales mixtas y, en muchos casos, grupos que adoptaron un estilo “inédito”, diferenciándose de las tradicionales bandas militares. “Grupos mucho más evolucionados que comienzan a incorporar otros instrumentos de percusión como bombos, cajas chinas, platos… así como trompetas, trombones, bombardinos, tubas, etc., que sería un apoyo fuerte de viento metal a las cornetas iniciales”, indica Vallejo.
Este proceso permitió que la música procesional se enriqueciera y adaptara a las necesidades y gustos de cada hermandad y región, manteniendo, sin embargo, su esencia de recogimiento y devoción.


En las últimas décadas, la evolución tecnológica ha jugado un papel crucial en el desarrollo de los instrumentos musicales. La utilización de materiales modernos y técnicas avanzadas de fabricación ha permitido que los instrumentos adquieran un sonido más cálido, afinado y robusto, manteniendo la tradición pero aportando además mayor versatilidad y dinamismo a los arreglos.
Hoy en día, muchas bandas de Semana Santa mantienen el legado clásico de las cornetas y los tambores, pero también integran otros instrumentos de viento y percusión para ampliar su repertorio. Algunas agrupaciones combinan la tradición con elementos de bandas sinfónicas, lo que les permite abordar composiciones más complejas y adaptarse a los gustos contemporáneos sin perder el espíritu devoto que caracteriza a la música procesional.


La evolución de los instrumentos en las marchas procesionales refleja el camino recorrido desde simples agrupaciones de cornetas y tambores, de fabricación artesanal y con un sonido crudo, hasta formaciones que hoy en día incorporan una diversidad de instrumentos modernos. Esto no sólo ha enriquecido la calidad sonora de las procesiones, sino que también ha permitido a las agrupaciones musicales reinventar y adaptar su repertorio, conservando la esencia de la tradición cofrade mientras se adaptan a las nuevas exigencias técnicas y estéticas.


Asimismo, debemos hacer referencia a la música de capilla que, aunque tiene su origen varios siglos atrás, en los últimos años ha ido ganando relevancia y protagonismo en las procesiones. “Pequeñas agrupaciones o formaciones de músicos instrumentistas, donde predominan los instrumentos de oboe, clarinete y fagot, realizando interpretaciones musicales como Salmos o Saetas de mucho reconocimiento”, destaca el musicólogo Antonio Vallejo.


Esta evolución ha sido clave para que la música procesional siga siendo el latido de la Semana Santa, conectando generaciones y manteniendo vivo un patrimonio cultural que, al mismo tiempo, mira hacia el futuro sin perder sus raíces históricas.

Raíces, Evolución y Tradición.- La música procesional es un componente esencial de la Semana Santa en España. Desde sus orígenes en las marchas fúnebres del siglo XIX hasta la aparición de las bandas especializadas de cornetas y tambores en el primer tercio del siglo XX, estas composiciones han evolucionado y se han adaptado a los cambios culturales, tecnológicos y sociales. Hoy, las marchas procesionales siguen siendo el alma sonora de las procesiones, marcando el compás y la emoción del recorrido, uniendo a miles de cofrades, músicos y devotos en un mismo sentimiento de fe y tradición. Su evolución es también testimonio del esfuerzo por preservar un patrimonio inmaterial, que se transmite de generación en generación y que sigue reinventándose sin perder su esencia.


La riqueza de este legado musical es evidente en cada nota, cada compás y en el esfuerzo de los músicos que día a día se preparan para interpretar estas obras. Desde las primeras adaptaciones de piezas clásicas hasta las composiciones originales que hoy se han consagrado como himnos de la Semana Santa, la música procesional se erige como un puente entre el pasado y el presente, entre lo sacro y lo humano.


En definitiva, las marchas procesionales no son sólo acompañamiento musical; son parte integral del mensaje de la Semana Santa. Son la expresión sonora del dolor, la esperanza y la redención que caracterizan esta festividad. Su historia y evolución nos invitan a reflexionar sobre la importancia de mantener vivas nuestras tradiciones y a valorar el trabajo de aquellos que, a través de la música, dan voz a la pasión y el fervor de la devoción popular.

Las procesiones en silencio

A quien no se le pone la piel de gallina escuchando una saeta en mitad de una procesión de Semana Santa o esas espectaculares bandas de música que acompañan los pasos dando sentido con sus notas musicales en las paradas de los pasos así como a lo largo de todo el recorrido, una música que expresa los sentimientos mucho mejor que las palabras. Pero a veces, el silencio, también hace ruido, un ruido que nos sobrecoge acompañando a la Virgen o al Cristo sin ningún acompañamiento musical, un silencio que nos hace reflexionar, que transmite voz en nuestro interior y a nuestro alrededor, donde sólo se oyen nuestros pasos escoltando a esas imágenes de culto.
Las procesiones de Semana Santa sin música en España ofrecen una experiencia de sobriedad y recogimiento que contrasta con las tradicionales marchas procesionales interpretadas por bandas de música. Estas procesiones en silencio reflejan espiritualidad íntima y enfatizan el luto y la penitencia evocando el sufrimiento y la pasión de Cristo.
En varias localidades de Andalucía, Castilla y León y Castilla-La Mancha conservan la tradición de procesionar sin acompañamiento musical. En Córdoba, la Hermandad de la Buena Muerte o también conocida como la Hermandad del Silencio, lleva desde su fundación en 1944 procesionando sin música. En Valladolid, la procesión del Santísimo Cristo de la Luz (en la imagen) es una de las más sobrecogedoras, los cofrades avanzan en absoluto silencio mientras que en la Plaza Mayor se lleva a cabo un solemne sermón.
La Hermandad del Silencio y la de Jesús Yacente en Zamora, recorren las calles sólo con el sonido de los pasos de los cofrades y en ocasiones un tambor destemplado. Volviendo a Andalucía, en Sevilla, famosa por sus marchas procesionales, algunas de sus hermandades optan por el silencio. Destacamos la Hermandad del Cristo de la Buena Muerte de los Estudiantes, que recorre las calles sin acompañamiento musical, sólo con el sonido de una campana que marca el ritmo.
En Castilla la Mancha, la procesión del Cristo de la Vega en Toledo, la ausencia de música genera una atmósfera de profunda devoción y en Cuenca, su procesión Camino del Calvario se distingue por los nazarenos en total silencio, sólo interrumpido por los sonidos de los tambores destemplados.
La ausencia de música hace que experimentemos estas procesiones desde una perspectiva más personal sumergiéndonos así en el sentimiento de penitencia y recogimiento.
Lo único cierto, tanto si eres creyente como si no, es que las procesiones de Semana Santa en España son espectaculares ya sean acompañadas por la majestuosidad de sus bandas, saetas, tamborradas o por el absoluto silencio.


Texto: Juan Diego García-Abadillo
Fotos: Pixabay, Ayer&hoy