Iván Carabaño Aguado / Pediatra y escritor

Mientras escribo estas líneas, me acuerdo de una de mis pacientes favoritas de todos los tiempos: una niña trasplantada de hígado cuatro veces, y que pasó muchos días, con sus respectivas noches, en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital donde trabajo. Pese a su timidez, que actualmente mantiene, le decía a su madre: “Tranquila, mamá, que esto se me va a pasar. Me voy a curar, seguro”. Y se curó, al menos lo suficiente como llegar a sus vigentes dieciocho primaveras. Los niños, y eso es lo que me gustaría transmitir con este preámbulo, nos dan lecciones de adaptación y de optimismo, incluso en circunstancias tan difíciles y en condiciones tan adversas como las actuales.

Los niños están viviendo la pandemia, precisamente con esas dos cualidades: adaptación y optimismo. En la primera oleada se adaptaron mejor que nosotros al confinamiento domiciliario estricto, a las clases on line, a mirar los parques desde la ventana, con estoica melancolía. Pero esa melancolía se les esfumaba al pensar en el mañana inminente; en el final de una pandemia que todavía, tercera ola mediante, parece un horizonte demasiado lejano. Nos veían a los mayores con miedo, con tristeza, con ansiedad, y nos regalaban su sonrisa. Todavía lo hacen en su mayoría. Y eso que han sentido miedo; y eso que han llorado (demasiados niños han perdido antes de tiempo a alguno de sus abuelos); y eso que muchos han sido testigos de lo que supone ver cómo sus padres perdían el trabajo, o entraban en ERTE por un tiempo inconcreto.

También, nos han dado lecciones de rigor, al cumplir de una manera magistral la tríada sanitaria que todos ustedes conocen: uso de mascarilla, lavado de manos y distancia social. Los colegios (¡bravo, educadores!) lo han hecho muy bien. Y los niños nos han mostrado que la mascarilla no asfixia, que el gel hidroalcohólico no está reñido con la vida corriente, y que se pueden inventar saludos divertidos que suplan a los abrazos, al menos hasta que puedan darse.

Hasta el momento, lo único bueno de la pandemia es que afecta poco a los niños, aunque se han dado casos muy graves, pero que se reducen a una minoría. No sabemos todavía qué va a ocurrir con la variante británica del SARS-CoV-2, que parece diseminarse con más facilidad entre los niños que la variante original. Esperemos que siga dándoles tregua, porque se lo tienen merecido. Porque han vivido –están viviendo- una circunstancia inédita. Un atentado inmaterial al estado de bienestar. Cuando pensábamos que el ser humano era imbatible, se nos desmorona el castillo de arena. Se rompe el cristal de nuestra solidez en mil pedazos. Nuestros hijos están aprendiendo, cruelmente, una lección que nunca van a olvidar: no siempre se gana. Podemos perder. Posiblemente sea lo único que subsista en sus cabezas cuando todo esto pase. Porque pasará. Estoy seguro.

Desde la parcela pediátrica, les hemos defendido, y les seguimos defendiendo con uñas y dientes. No solo continuando con sus cuidados, cuando enferman, sino velando porque sean unos adultos sanos, física, mental y socialmente. Hablando con Rodrigo de la Calle, Premio Nacional de Gastronomía, me comenta con preocupación que en los menores de 30 años el consumo de frutas y verduras no hace sino caer año tras año. Y es que no nos podemos olvidar de la importancia de llevar unos estilos de vida saludables, en especial desde el punto de vista nutricional y desde el punto de vista deportivo. Un 30-40% de nuestros niños están en cifras de sobrepeso y obesidad; y ambas entidades son la llave para el desarrollo de problemas cardiovasculares y varios tipos de cáncer. Y eso no puede ocurrir.

No podemos caer en el error de enviarles a un camino indeseable. Por eso, en este año 2021, consagrado por la FAO como “Año Mundial de las frutas y verduras”, toda la sociedad ha de apostar por unos hábitos más correctos. Hemos de enseñarles a amar y respetar la naturaleza. La irrupción del hombre en zonas selváticas puede ser la raíz de algunas zoonosis cuyo precio en la actualidad estamos pagando bajo la forma de la COVID. Si no corregimos nuestra actitud desde el origen, vamos a tropezar con la misma piedra. Nosotros, ya no tenemos remedio. Pero ellos sí: los niños, recuerden lo que les decía al principio de este texto, se adaptan. Saben hacerlo. No hay Filomena que les emborrone el camino.