Carlos Caballero /
Arqueólogo
Colegio de Profesionales
de la Arqueología

El esplendor pasado nos lega a menudo unas hermosas ruinas. Tal es el caso de los restos del Castillo de la Orden de Santiago en Fuentidueña de Tajo, conocido popularmente, por la forma caprichosa de los muros conservados, por el apelativo cariñoso de “Torre de los Piquillos”. Sus ruinas nos vigilan discretamente cuando viajamos hacia Valencia, pero nos reciben con los brazos abiertos al volver, desde lo alto de un cerro que domina una amplia panorámica sobre el Tajo.

Junto a los de Uclés y Oreja, entre otros, la fortaleza de Fuentidueña forma parte de una barrera de castillos creada en el Tajo, a mediados del siglo XII por la Orden de Santiago, durante el reinado de Alfonso VIII, para contener el avance almohade hacia el norte de la Península. En esa época las llamadas órdenes militares, herederas de las cruzadas medievales, de las que tomaban su carácter mixto religioso y militar, desempeñaban un papel importante en la organización y el control del territorio que se iba conquistando a los musulmanes. En ese contexto, hacia 1170, parece que podría haberse configurado un primer recinto fortificado en el emplazamiento del castillo de Fuentidueña, en torno al cual surgirá después un mercado que acabaría por ser el origen de la localidad.

Sobre estas líneas, lienzo conservado del recinto principal y torre del Homenaje, con los muros de tapial y las torretas de ladrillo y mampostería.

El castillo cuyas ruinas vemos hoy debió construirse más tarde, hacia el siglo XIV; se organiza como un gran recinto, de 110 x 50 metros, del que se conservan varias torres y, en particular, la fachada norte, con la torre del Homenaje, cuyo remate desmochado da al castillo su nombre popular. Este recinto principal estaba rodeado por una barrera exterior de la que también subsisten los restos de algunas torres. En el lateral que hoy se asoma a la carretera de Valencia, que antaño controlaba una encrucijada crucial en las rutas de la zona, se encuentran los restos de la iglesia, la única construcción que, según quienes han estudiado el castillo, podría remontarse al siglo XIII.

Llama la atención del visitante el aparentemente frágil muro que forma la fachada norte del castillo. Estos muros de tapial, construidos, siguiendo una tradición árabe todavía en uso en muchas zonas del interior peninsular, a base de apisonar dentro de cajones de madera arcilla mezclada con piedras, tienen gran solidez, y resisten bien las inclemencias del tiempo. En el caso del castillo de Fuentidueña de Tajo, como sucede en muchos otros edificios que utilizan este modo ancestral de construir, los muros de tapial conviven con elementos decorativos de ladrillo y mampostería, que es la técnica dominante en la barrera exterior. El Castillo de Fuentidueña siguió usándose al menos hasta el siglo XVI, languideciendo como el resto de fortalezas medievales, hasta acabar convirtiéndose en la ruina que es hoy, una ruina amenazada, no solo por la erosión que atenta contra el tapial de los muros desmochados, sino por acciones recientes, como la construcción, en el siglo XX, de un depósito de agua para que abasteciera a la población. La arqueología se ha detenido, lógicamente, en esta poderosa fortaleza, pero el castillo merece más: desde luego, una investigación más amplia que la preliminar desarrollada a finales del siglo XX pero, además, un mejor destino que el de recibir al viajero que llega de Valencia. Aún así, ante la contemplación de la fachada mejor conservada de la fortificación, ningún visitante quedará defraudado.

Izq.: Fuentidueña de Tajo desde el cerro del castillo. Centro: Vista general del recinto.  Dcha.: La fortaleza, desde dentro (Fotos: Carlos Caballero)

(El castillo es de visita libre, que se completa con la cartelería informativa. Recomendamos visitar también el Puente de Hierro, tratado en otro artículo de Ayer&hoy, https://getafe.ayeryhoyrevista.com/puente-de-hierro-de-fuentiduena-de-tajo/).