Carlos Caballero / Arqueólogo Colegio Profesional de Arqueología de Madrid

En el sureste de nuestra Comunidad, de pronto un pequeño pueblo se descuelga por unas laderas que miran al Tajuña: hemos llegado a Valdilecha. Allí, en medio de un caserío de urbanismo complejo, descuella una sencilla torre de ladrillo que señala la presencia de la iglesia parroquial de San Martín Obispo. Efectivamente, volvemos hoy al mudéjar rural que visitamos no hace mucho, en esta sección de “Nuestro Patrimonio”, en Camarma de Esteruelas (y, aun antes, en la carabanchelera ermita de Santa María la Antigua).

San Martín Obispo, como tantos otros templos de la cristiandad, guarda entre sus muros las huellas de infinidad de fases constructivas: a veces simples retoques; a menudo reparaciones; otras veces, refacciones completas. Pero si miramos al ábside, por dentro o por fuera, no importa desde dónde lo hagamos, nos llevaremos la primera gran sorpresa.

Al exterior, el ábside, la parte más antigua de esta iglesia varias veces reformada, nos ofrece el programa completo del arte mudéjar: se alternan las bandas de piedra con otras de ladrillo y, en las ventanas, las cornisas o cualquier otro elemento destacado, hay una exuberancia decorativa propia de épocas, de materiales y de estéticas menos modestas. Pero si entramos en la iglesia para ver la cara interior de este mismo ábside, encontraremos unas imponentes pinturas murales ignoradas hasta hace apenas tres decenios. Cercenadas por el paso del tiempo, asentadas sobre una galería de arquillos de herradura que nos recuerda siempre la ascendencia de este arte que estamos contemplando y que hace ya mucho tiempo asimilamos como propio, se dibuja, en el cuarto de esfera que cubre el ábside, la representación dañada por el tiempo de un Pantocrátor rodeado por los símbolos de los cuatro evangelistas, el león de San Marcos, el buey de San Lucas, el ángel de San Mateo y el águila, para San Juan (lo que, en Arte, se conoce como “Tetramorfos”), a los que rodea la representación de varios apóstoles, algunos aún identificados por sus nombres. Los expertos han fechado hacia 1250 esta excepcional pintura románica, sin muchos parangones en nuestra Comunidad, pero tampoco en el centro peninsular, aunque piensan que podría relacionarse con las decoraciones de algunas iglesias de la ciudad de Toledo.

Izq.: Ábside y cabecera del templo de San Martín Obispo de Valdilecha. Dcha.: Campanario.

Precisamente esa cercanía en la elección de los motivos permite imaginar qué representaba lo que falta hoy en la felizmente redescubierta pintura mural de Valdilecha: se trataría de representar al Señor predicando el Evangelio ante los fieles, que están encabezados por los evangelistas (sus notarios) y los apóstoles (sus primeros seguidores) que, desde la bóveda sobre el altar, recogen la mirada del resto de los feligreses, presentes en la nave de la iglesia. Estamos, en fin, ante esa carácterística común del mejor románico, contarlo todo en un pequeño espacio y convertir al espectador en parte integrante de la historia que se cuenta.

La iglesia vivió una considerable renovación en el siglo XVI, e incluso por un tiempo corto aspiró a convertirse en un gran templo. Con ánimo de mantener la iglesia abierta, los vecinos, como sucedería tantas veces en otros lugares, libran de las demoliciones sistemáticas a la cabecera del templo, donde está el altar, y van construyendo el resto según el nuevo proyecto, más ambicioso. Pero la cruel economía, al acecho siempre de los más débiles, se encargaría de devolver a la realidad aquellas ambiciones que dejaron, aún así, para Valdilecha, un templo airoso, un palimpsesto al exterior, de dimensiones generosas al interior, que guarda además un hito en la historia de la pintura mural en Madrid, un pedazo del Toledo medieval recuperado en nuestra Comunidad.

Sobre estas líneas, una imagen de las pinturas murales en el interior del ábside, y el exterior del mismo (Fotos. Carlos Caballero)