Carlos Caballero / Arqueólogo
Colegio de Profesionales
de la Arqueología

Sobre los cerros que se asoman al río Henares, a la derecha del camino que conduce a Zaragoza, se sitúa Santorcaz. Para la arqueología de la Comunidad de Madrid se trata de un topónimo destacado porque en ese municipio, a muy poca distancia del casco urbano, está uno de los yacimientos más importantes de cuantos vivieron la llegada de los romanos, el Cerro de la Horca. Sin embargo, no nos detendremos hoy en este enclave, investigado desde hace años por el Museo Arqueológico Regional, sino en otro cerro, apenas a 500 metros, pero dentro del pueblo, donde se asientan la iglesia parroquial y los restos de un castillo frecuentado por arzobispos.

El conjunto, en la parte más alta del pueblo, forma un recinto de considerable tamaño que, en su momento, incluía la residencia señorial, una amplia iglesia y otras dependencias, como sucedía con muchas fortalezas de toda esta zona del centro de la península. De todo ello, el primer elemento que llama la atención del visitante es la iglesia, cuya torre sobresale defendiendo la puerta principal de acceso al recinto fortificado, con un gran ábside que se apoya en una torre de la muralla. El templo está dedicado a San Torcuato quien, según la leyenda, habría predicado en esta zona en la temprana época de los comienzos del cristianismo. La transformación del nombre del Santo al que está consagrado el templo acabaría por dar a todo el pueblo su nombre actual, Santorcaz. La progresiva ruina del castillo del que la iglesia formaba parte ha hecho que hoy en día la parroquia de San Torcuato se presente como un templo envuelto por un gran recinto fortificado.

Izq.: Una imagen de la iglesia (Foto: Raimundo Pastor, Wikipedia). Dcha.: Cabecera de la iglesia sobre la entrada principal del recinto amurallado.

Los orígenes de la fortificación, sin embargo, no están claros: algunos investigadores le han atribuido una primera etapa, a la que correspondería el trazado de la cerca que se conserva, y que se habría construido en la segunda mitad del siglo XIII, sin que haya que descartar la existencia, en el mismo emplazamiento, de una fortaleza anterior.

El castillo vivió una gran reforma a mitad del siglo XIV, en época del Arzobispo Tenorio -que tanta influencia tuvo en la zona-, hasta transformarse en un auténtico palacio que tendría su momento de esplendor durante todo el siglo XV. Entonces debieron construirse algunos de los elementos más llamativos de la fortaleza, como la torre pentagonal o la puerta principal, semioculta por el ábside de la iglesia. Después, ya en los años finales del siglo XV, el castillo se utilizó como prisión y en ella estuvieron algunos personajes singulares del momento, como el Cardenal Cisneros –que, más tarde, sería el responsable de la transformación de Alcalá de Henares con la fundación de la Universidad-, la Princesa de Éboli, trasladada desde el torreón de Pinto, o el rey de Francia, Francisco I. De este momento serían los muros en los que la piedra blanquecina se alterna con hiladas de ladrillo, en lo que técnicamente se denomina “aparejo mixto”. El aspecto actual de la iglesia, también iniciada en el siglo XIII, corresponde a esta misma época, el siglo XV. Más tarde, ya en el siglo XVII, se le añadió el elegante atrio de aire neoclásico que precede al templo.

Cabecera de la iglesia, sobre la entrada principal del recinto amurallado y vista de conjunto (Fotos: Carlos Caballero).

Con la decadencia, en fin, de la fortaleza de Santorcaz, ya en el siglo XIX, algunos elementos se perdieron fruto de la rapiña con la que a menudo se castiga a las ruinas, pero otros encontraron un nuevo destino, como sucedió con el artesonado del Palacio Arzobispal, que fue reinstalado en un edificio muy especial de Alcalá de Henares, el Hotel Laredo, que merece una entrada propia en esta serie.

Izq.: Torre de la iglesia y entrada al castillo (a la derecha de la foto). Dcha.: Parte de muralla en la que se alternan ladrillo y mampostería.