Luis Andrés Domingo Puertas, Historiador y arqueólogo

Actualmente, en las sociedades occidentales, tan tecnificadas y desapegadas de los procesos productivos primarios, hablar de la sal remite casi en exclusiva a un condimento culinario que puede adquirirse fácil y económicamente en cualquier supermercado. Pero lo cierto es que este humilde mineral ha sido, desde los más remotos tiempos de la humanidad, un bien de primera necesidad que ha acompañado la evolución de los grupos humanos y muchos de los procesos económicos y tecnológicos que han propiciado su desarrollo.

La existencia de salobrales o afloramientos de sal en determinados territorios ha sido un factor importante en la configuración del poblamiento desde la Prehistoria, dada la importancia de este recurso, no solo para el consumo, sino también para la explotación ganadera, la conservación de alimentos y para algunos procesos productivos importantes en las sociedades preindustriales. Su explotación y comercialización ha sido pues crucial en el desarrollo de las sociedades humanas y esto ha hecho de este recurso un bien estratégico que ha trascendido más allá de lo puramente económico para impregnar incluso otras manifestaciones culturales.

En la región de Madrid, y sobre todo en la mitad sur, existen diversas localizaciones en las que ha sido posible históricamente la explotación puntual de este recurso, pero son la Salina de las Espartinas en Ciempozuelos y Carcavallana en Villamanrique de Tajo, las que han tenido una explotación más recurrente e importante. En Carcavallana nos encontramos ante un complejo edificado en torno a la mina que reúne elementos de gran interés histórico, etnográfico e industrial.

Situadas al sur del cauce del Tajo, en el límite mismo del fondo del valle, lo que se aprecia de manera más evidente son las balsas de las salinas, los almacenes y las viviendas de los operarios de la antigua mina, hoy en proceso de rehabilitación con fines turísticos y hosteleros, pues se pretende convertir en un balneario dadas las propiedades curativas de sus aguas. La mina propiamente dicha no es visible de manera tan evidente, ya que se encuentra enmascarada en una profunda cárcava en la que se encuentra el manantial salobre y la galería artificial de canalización del agua.
Aunque se ha especulado con un origen mucho más antiguo, que las remonta a la Plena Edad Media, lo cierto es que su explotación efectiva, a la luz de los documentos, no puede retrotraerse más allá de la última década del siglo XVIII y obedece a la política modernizadora que auspició, propiciada por la Ilustración, la monarquía borbónica en todos los ámbitos de la economía y, entre ellos, el de la producción de sal, monopolio de la Corona. Las instalaciones fabriles, los almacenes y las construcciones residenciales se construyeron entre los años 1792 y 1794 y se ubicaron en unos terrenos adquiridos por la Corona mediante compra a la Orden de Santiago.

Izq.: Imagen del complejo salinero en 1950. Dcha.: Foto tomada con dron por la empresa Virtua Nostrum en 2018 para la recuperación del lugar como balneario.

El complejo salinero de Carcavallana se divide en dos sectores, el propiamente industrial con las instalaciones y construcciones para la explotación de la mina, y el residencial y administrativo. Entre los primeros, se encontraban la galería realizada en el manantial y las canalizaciones que conducían el agua a los presones o albercas y de ahí a las eras de cristalización. Complementando estas instalaciones estaban la Casilla de Resguardo, la Garita para los Guardas y el Almacén. Otro almacén de sal, de mayores dimensiones, se integraba en el complejo administrativo-residencial, donde se encontraban las habitaciones del personal de la fábrica, así como pajar, cuadras, caballerizas, horno de pan y palomar. La salina estuvo funcionando a buen rendimiento durante el primer tercio del siglo XIX, pero ya durante el segundo tercio se acusan la falta de inversiones y reparaciones, lo que lleva a un descenso notable de la producción y al inicio de su decadencia. La liquidación del monopolio de la sal en 1869, hizo que se pusieran a la venta en subasta pública y que pasase a manos privadas, cambiando de propietarios en numerosas ocasiones.

Esta salina es hoy un testimonio de la importancia de la explotación salinera en el pasado, así como un exponente de la modernización y racionalización que el espíritu ilustrado del siglo XVIII pretendió llevar a diversos sectores económicos. Además es un importante recurso cultural y turístico situado en la vega del Tajo que merece la pena conocer.