Somos líderes mundiales en superficie de viñedo con casi 950.000 hectáreas y una producción media de 44 millones de hectolitros de vino y mosto, generando 23.700 millones de euros de valor añadido bruto, según los últimos datos de la OIVE. Su producto se procesa en más de 4.500 bodegas y cooperativas repartidas por las diferentes y singulares regiones vitícolas, con casi 150 organismos de calidad. La apuesta por la calidad, la investigación de variedades más adaptadas al cambio climático y los aranceles o mercados cambiantes son desafíos propios y ajenos a los que el sector debe hacer frente en los próximos años.

España es una de las principales potencias vitivinícolas del mundo, merced a la larga tradición en el cultivo del viñedo, al clima mediterráneo y a la diversidad de variedades y zonas vitícolas que aportan cualidades únicas a nuestros vinos, nos explica un profesor universitario de Ingenieros Agrónomos, Jaime Villena Ferrer. La aparición de las denominaciones de origen y de otras figuras de calidad, añade Villena, vinieron a sumar en el gran objetivo de impulsar y fortalecer la calidad vinícola de nuestro país, constituyéndose en garantes de las zonas donde se afincan, estableciendo por normativa y geografía, unas condiciones de clima, suelo y tradiciones particulares que confieren características distintivas a sus vinos.


La calidad fue, es y será una de las luchas eternas del sector. Una calidad que comienza en el viñedo, como defiende el también investigador ciudadrealeño, continuando en la recolección y vendimia, pasando a la bodega y terminando en la mesa del consumidor o de cualquier restaurante. El cuidado y control de todas y cada una de las fases o procesos redundará sin duda alguna en beneficio de un producto con señas de identidad propias. A juicio de Jaime Villena, el origen de la calidad parte del propio viñedo, “si tratamos bien el cultivo, trabajamos adecuadamente los parámetros de humedad y temperatura obtendremos buenos vinos”.


Uno de los organismos ocupados y preocupados por el indicador cualitativo del vino español es la Organización Internacional del Vino Español (OIVE) que en 2022 y hasta 2027 ha marcado una estrategia con la visión de “posicionar a España como un referente vitivinícola de valor nacional e internacional en base a sus cualidades únicas y diferenciadoras: calidad, diversidad, historia, tradición, sostenibilidad y modernidad”.


Partimos para ello de una situación inmejorable siendo líderes mundiales en superficie de viñedo (944.000 hectáreas); más de 4.000 bodegas, 101 denominaciones de origen protegidas (entre las que se encuentra la DO Vinos de Madrid) y 42 Indicaciones Geográficas Protegidas, más de 500 cooperativas y 560.000 viticultores a tiempo completo. En lo relativo a la producción, se registra una media de 44 millones de hectolitros de vino y mosto producidos, generando unos 23.700 millones de euros de valor añadido bruto. En consumo, en el mercado nacional se consumen 10,4 millones de hectolitros (2020).


La DO Vinos de Madrid, reconocida en 1990, tiene 8.850 Has. de viñedo, repartidas en 12.387 parcelas cultivadas por 2.961 viticultores. Según se indica en su web (www.vinosdemadrid.es), sólo se mantiene poco más de un tercio de la superficie de hace 40 años.


En cuanto a la exportación, el vino español está presente en 189 países del mundo. España se sitúa como el primer país en cuanto a volumen, un total de 26,4 millones de hectolitros (tanto vino, mosto o vinagre) que acumulan 2.950 millones de euros.


Con estas cifras, en los próximos años la OIVE o Interprofesional del Vino Español ambiciona la recuperación de la cuota de valor de las exportaciones en los mercados internacionales y detener la pérdida de superficie de viñedo. En el primer caso, la OIVE se marca subir hasta un 10,2% de cuota, generando 1.200 millones de euros adicionales (+40%) de valor para el sector en 2027 y mantener una revalorización creciente (+3% anual) en el mercado español. En el segundo caso, trabaja por estabilizar la superficie productiva en el entorno de las 950.000 has, alcanzar un 26% de viñedo ecológico en 2027 y el Net Zero en 2035 (las emisiones netas de gases de efecto invernadero sean cero). La propia presidenta de la OIV, Susana García, impartirá una conferencia en la Feria Nacional del Vino el 7 de mayo en Ciudad Real en la que hablará de la importancia de crear marca país y “posicionar entre todos a España en el imaginario internacional como un país de vinos de calidad”.


En el presente, recuerda Villena Ferrer, el sector continúa la adaptación y la superación de obstáculos ante nuevos desafíos económicos y la circunstancia climática gracias a la dedicación y experiencia de viticultores, cooperativas y bodegas. Del mismo modo, apunta, la estabilidad y las nuevas técnicas en el proceso de elaboración han mejorado notablemente la calidad de los vinos. El uso de la fórmula tradición+innovación ha ofrecido resultados interesantes en la aparición de una gama diversa de expresiones al albur de los gustos y preferencias cambiantes del consumidor. “Ser estables en una oferta de calidad y tener capacidad de innovar son claves para mantener la competitividad en el mercado global”.

La tecnología transformadora del sector.- La aplicación de la tecnología en el viñedo y en las bodegas, como hemos visto anteriormente, ha sido la última revolución destacada en el sector. En el terreno se utilizan drones para crear mapas de cultivo, lo que permite un manejo más preciso del viñedo, “adelantándonos a un posible estrés de las plantas o a la proliferación de plagas y/o enfermedades”. Como profesor donde también imparte nuevas tecnologías en Agricultura, Villena explica que los drones provistos de cámaras multiespectrales facilitan imágenes térmicas del estado de la planta, alertando del estado nutricional, vigor, plagas, etc. Con esa información, añade, se puede enviar otro dron pulverizador para que actúe en una determinada zona ante un foco de araña roja, por ejemplo.


También se está implantando la sensorización de los viñedos, con dispositivos que monitorizan la humedad del suelo y temperatura, proporcionando datos en tiempo real que ayuda a los viticultores a gestionar el viñedo, por ejemplo, haciendo un riego más eficiente y ahorrando hasta la última gota de agua, “hay que tener en cuenta que, a pesar de las últimas lluvias registradas, estamos en una zona muy castigada por la sequía y la escasez de agua”, apostilla el profesor de Agrónomos.


En el viñedo también pueden instalarse sensores de humedad y temperatura, al lado de donde brotan los racimos para comprobar cualquier enfermedad; sondas de humedad y de temperatura en el suelo y sensor de humectación, “desde casa podemos comprobar si se necesita agua y durante cuánto tiempo”.

Variedades Predominantes en España.- El profesor Jaime Villena Ferrer informa de que alrededor del ochenta por ciento de la superficie dedicada al cultivo de la vid en España la ocupan solo 12 variedades. En los últimos años se está fomentando desde diferentes institutos de investigación como el IMIDRA en Madrid, el IRIAF en Castilla-La Mancha o el IMIDA en Murcia, la recuperación y estudio de variedades tradicionales. La viticultura española está haciendo un esfuerzo por avanzar en la recuperación y experimentación de variedades tradicionales, utilizando nuevas técnicas de elaboración.


Una de las mayores preocupaciones actuales en el sector, continúa explicando, son los efectos del cambio climático, el aumento de la temperatura y las condiciones de sequía prolongada están alterando los ciclos naturales de la vid, afectando el rendimiento y la calidad de las uvas. Estos cambios se reflejan en los vinos, con variaciones en los niveles de azúcar y acidez. Por ello, se investiga sobre la adaptabilidad de las variedades a la escasez de agua y a una mayor eficiencia en el uso de ella. Se están realizando estudios sobre variedades autóctonas e históricas para determinar su capacidad de adaptación a las nuevas condiciones climáticas.


Observando la tendencia actual, los periodos de sequía y calor extremos serán más frecuentes y acusados, variedades como Benedicto y Moribel, emparentadas con la Tempranillo, se presentan como alternativas prometedoras para el futuro, ofrecen una mayor resistencia al estrés térmico y la sequía, sin comprometer el rendimiento.


Cada vez son más los viticultores o las bodegas que están interesándose e introduciendo nuevas variedades. Otra de las posibles soluciones sería encontrar variedades con las que conseguir un retraso en la maduración y recolección de sus uvas, para que se desarrollen en condiciones más frescas.


El cambio climático, con el aumento de temperatura y el consecuente desequilibrio entre azúcares y acidez, “no tenemos el agua suficiente ni tendremos en el futuro, por lo que desde distintos estamentos y organismos, se ha trabajado en un proyecto de recuperación de variedades tradicionales, han analizado varias variedades y han determinado que algunas variedades tienen cualidades para soportar esos efectos negativos del clima, porque no necesitan tanta agua y resisten mejor las altas temperaturas.


Tendencias de consumo.- El consumo de vino está experimentando cambios significativos, aunque otros técnicos apuntan a que la demanda siempre atiende a ciclos. Lo que sí es notorio es que los vinos blancos, espumosos y rosados han experimentado un aumento en el consumo, mientras que los tintos han disminuido. “Vinos tipo frizzantes y los de baja graduación, están ganando popularidad entre los consumidores más jóvenes. Sin embargo, los enólogos siguen evolucionando e investigando sobre la elaboración de vinos tintos, adaptándolos a los gustos del consumidor moderno, creando vinos más frescos y fáciles de beber”.


Para el investigador y profesor, el sector vitivinícola español se caracteriza por su capacidad de adaptación y superación de desafíos. La combinación de tradición y modernidad, junto con la innovación tecnológica y la investigación, asegura un futuro prometedor para sus vinos. La diversidad varietal y la adaptación al cambio climático serán claves para enfrentar los desafíos futuros y mantener la calidad y singularidad de los vinos españoles.

Las barricas de madera y su influencia en los caldos

El uso de barricas de madera en la crianza del vino es una práctica ancestral que sigue vigente en la enología moderna debido a su influencia directa en la calidad, el sabor y la estructura del producto final. La madera, especialmente la de roble, además de servir como un recipiente de almacenamiento, actúa también como un componente activo en el desarrollo de los matices del vino.
El principal beneficio de estas barricas de madera en el vino es el proceso de microoxigenación. La madera permite una pequeña, pero constante, entrada de oxígeno, lo que suaviza los taninos agresivos, estabiliza el color y mejora la textura del vino. De esta manera el vino madura lenta y progresivamente generando así una mayor complejidad aromática y un mejor equilibrio en boca.
Asimismo, la madera aporta sus propios compuestos aromáticos. Dependiendo del tipo de roble utilizado (americano, francés, húngaro, entre otros), y del grado de tostado que se le haya dado a la barrica, el vino puede adquirir notas de vainilla, coco, cacao, especias, humo o incluso café. Estos matices enriquecen el perfil sensorial del caldo añadiéndole capas de profundidad que no se pueden lograr únicamente con la fermentación en acero inoxidable o en tanques inertes.
El tamaño de la barrica también influye. Las pequeñas, de 225 litros, permiten una mayor proporción de contacto entre el vino y la superficie de madera, intensificando tanto la oxigenación como la transferencia de aromas y taninos. Por el contrario las barricas de mayor tamaño proporcionan una evolución más lenta y sutil.
Otro factor relevante es el tiempo que el vino permanece en la barrica. Si es un periodo corto puede aportar al vino delicados matices de la madera, mientras que una crianza prolongada profundiza los aromas terciarios, desarrollando una mayor complejidad y contribuyendo a la longevidad del vino en botella.
Pero ¿cuál es el costo de estas barricas de madera?
Varía según el tipo de madera, el origen y nivel de tostado de la misma. Las barricas de roble americano suelen costar entre 300 y 600 euros. La de roble húngaro, entre 500 y 900 euros y la de roble francés, entre 700 y 1.500 euros.
También influyen en el precio otros factores como, por ejemplo, el tipo de roble. El francés es el más caro porque crece lento y tiene un grano más fino que aporta características muy apreciadas en el vino. Que la fabricación de la barrica sea artesanal, también encarece su precio. Personalizar el nivel de tostado interno, es otro factor que eleve su precio y por último, su transporte. Al ser grandes y pesadas (225 litros es el tamaño estándar de una barrica de vino), el transporte también impacta en el costo final.
En resumen, las barricas de madera son fundamentales en la elaboración de muchos de los vinos más prestigiosos del mundo. Su influencia en el proceso de crianza no sólo transforma la estructura y el aroma del vino, sino que también le otorga elegancia, complejidad y la capacidad de evolucionar positivamente con el paso del tiempo. Gracias a ellas, el vino alcanza su máxima expresión, convirtiéndose en una obra viva de la naturaleza y el arte humano.


Texto: Oliva Carretero Fotos: Pixabay