Juan José Granizo /
Médico especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública

Tengo que leer dos veces el lis­tado de PCR del día para cre­erme el resultado. De veinti­nueve PCR solicitadas ayer, ni una sola es positiva para este maldito vi­rus. Es el primer día de luz tras muchos días de trabajo denodado, dudas, angustia y miedo.

Muchos compañeros de trabajo han ca­ído, especialmente en los primeros días de la pandemia en Madrid. Afortunada­mente a todos los vamos a poder saludar a su regreso. Pero no todos los sanitarios han tenido esa fortuna.

No voy a escribir, todavía, sobre qué se ha hecho mal. Ni de los miles de muer­tos, mal llorados y a veces perdidos. Ni de los enfermos consolados por fantasmas envueltos en escafandras blancas y solo acompañados por su propia angustia.

Tampoco les voy a contar de qué color es la impotencia que se siente cuando no queda ningún respirador disponible, ni lo negra que es la sombra del miedo cuando sabes que te has puesto el último equipo de protección del almacén.

Ahora, que la curva epidémica parece que se ha aplanado tras el titánico es­fuerzo de toda una nación, veo el desola­dor panorama que queda tras el incendio. Las empresas cerradas, los autónomos mirando al cielo, los empleos que se han perdido en estos días de encierro y pena. Más miedo.

Ahora viene otra lucha, la de la recu­peración económica, que también causará un gran daño en la salud de los Españoles. Los médicos de epidemiólogos sabemos que nada tiene tanto impacto para mejorar la salud de una población como el em­pleo.

Pero no soy economista. Solo uno más de los salubristas que trabajamos en la sanidad pública de nuestra comunidad autónoma. Lo mío es la ciencia y de eso, de la falta de ciencia, es de lo que quería hablar.

Hace un tiempo uno, de cuyo nombre no me acuerdo para su beneficio, decía en las redes sociales que para qué le había servido estudiar biología si él lo que ne­cesitaba era hacer la declaración de la renta. La biología sirve, por ejemplo, para conocer cómo se transmiten los virus y la manera de protegernos. Esto resultaría básico para que hubiéramos entendido las medias de precaución.

Un ejemplo: cuando la Comunidad de Madrid cerró las instituciones docentes para evitar el contacto masivo nuestros parques se llenaron de familias con niños restando eficacia a esta medida.

Esa semana, la del 9 de marzo, regresé muy tarde del hospital porque ya estába­mos tensando la maquinaria sanitaria y veía con horror a mis vecinos tomarse aquello como unas vacaciones.

Se están apagando los rescoldos del co­ronavirus y ya hay una legión de desce­rebrados diciendo que las vacunas son tó­xicas y que estamos tratando equivocadamente a los pacientes porque este virus no produce neumonía. Tócate las narices. Los de la UCI no saben lo que es una neumonía. El gobierno, por supuesto, no va a hacer nada contra estos bulos, que en ocasiones sí que matan.

No se trata de opiniones, si no de men­tiras que confunden a la gente, hasta el punto de que de vez en cuando, una pobre criatura muere de un sarampión porque los imbéciles de sus padres no le vacu­naron.

Hace falta más ciencia y dotarla de las herramientas que ésta necesita para poder tomar decisiones correctas, por ejemplo, en disponer de los recursos de investiga­ción y notificación de epidemias. Piensen, por poner un ejemplo, en los problemas que todos hemos visto para identificar correctamente los casos infectados o fa­llecidos por coronavirus.

También hace falta que la organización política esté al servicio de algo tan im­portante como es la Salud Pública. El go­bierno español transfirió la Salud Pública a las Comunidades en 1984 y casi 40 años después, las diferencias de recursos y capacidades entre las 17 son abismales y cuando nos enfrentamos a problemas globales, las parcelitas de poder resultan nefastas.

Sobre todo tenemos que cambiar de mentalidad como pueblo y como nación. España es uno de los países que menos universitarios tiene estudiando grados de Ciencias, destina pocos recursos a inves­tigación y sigue generando escasísimas patentes que traduzcan los avances cien­tíficos en soluciones prácticas.

Podemos enorgullecernos de una mag­nífica cultura, pero el único premio nobel español de Medicina, Ramón y Cajal, lo recibió en 1906. No tenemos ninguno en Física o Química.

Siento haber sido un poco duro en mi lenguaje, pero es mucho más duro lo que hemos pasado.