César Vacchiano / Ingeniero y analista

Las observaciones precisas y el análisis de los datos durante el primer cuarto del presente siglo, al que llegaremos pronto, han servido para sensibilizar a políticos y líderes sociales sobre las responsabilidades que tiene la humanidad en el control del calentamiento atmosférico. En esta circunstancia se han producido actuaciones de populismo con intereses personales que han venido a corroborar lo fácil que resulta sacar provecho de las preocupaciones sociales con fines lucrativos y al amparo de una notoriedad con derecho a financiación.


Sin que sea el propósito de estas líneas una denuncia de tales intereses resulta significativo que un candidato a la presidencia de Estados Unidos haya consolidado su patrimonio divulgando el miedo al cambio climático como conferenciante, que una adolescente sin otro bagaje que frases de laboratorio haya alcanzado el estrado de una cumbre medioambiental, o que uno de los fundadores de Greenpeace sea ahora consultor favorable a la energía nuclear.


Lo fundamental del proceso que vivimos es el calentamiento de la atmósfera que recubre la Tierra como consecuencia de un vertido continuo de gases que impiden su refrigeración natural. Si ese calentamiento se va a consolidar en un cambio climático es una cuestión que ha de demostrarse con datos que prueben la correlación, ya que en épocas pasadas se vivieron ciclos de calentamiento natural no consolidados a largo plazo; sin embargo, es científicamente correcto que el aumento de la temperatura atmosférica contribuye a efectos destructivos para la humanidad. Y la solución, como tantas veces se ha dicho, requiere esfuerzos solidarios de todos.


El principal freno a la solidaridad que se reclama nace del impacto económico que en cada país producen las medidas de protección ambiental y la hipocresía que numerosos dirigentes practican en las cumbres climáticas. Europa, que es avanzada mundial en las medidas proteccionistas de una atmósfera limpia, es tan solo responsable del 8% de los vertidos, poniendo en peligro con ello su independencia industrial con acusado déficit energético; Estados Unidos, cuya industria evoluciona con independencia energética y costes controlados, sigue apelando al carbón para generar un 20% de su electricidad y tanto Rusia, pero especialmente China siguen obteniendo del carbón casi el 50% de la electricidad consumida, con la circunstancia aberrante de que, esta última, es el único país que todavía construye centrales de este tipo. No cabe ninguna duda de que, sin un compromiso fehaciente de ambos países y la emulación de India, que tiene creciente poderío industrial, no serán alcanzados los objetivos pactados en los Acuerdos de París para 2050.


El problema se complica, además, por la aparición de conflictos que se derivan de la geopolítica y el carácter psicopático de algunos gobernantes que alcanzaron el poder con ambiciones autocráticas. El caso de la invasión rusa de Ucrania y la utilización de la energía como arma del conflicto, nos deja inermes ante el dominio de las fuentes por países no democráticos. Y en esta situación, tanto la Unión Europea como los Estados Unidos dejan patente las subordinaciones de tantos años a la fácil y barata solución de los recursos rusos; la primera –guiada por Alemania que ajustó su competitividad industrial a un suministro privilegiado en el que alguno de sus dirigentes encontró un acomodo de puertas giratorias– ignorando su patente déficit y acentuando la dependencia energética exterior; el segundo aceptando que el petróleo ruso era un buen instrumento para reducir los precios de la OPEP mientras cultivaba su autosuficiencia con técnicas de “fracking”.


En este escenario se hace necesaria una visión con garantías de largo plazo que impulse la generación renovable, tanto eólica como fotovoltaica, con soporte en la energía nuclear y el apoyo circunstancial del gas, como ha manifestado la UE. El uso eficiente implica ahorros promovidos para optimizar la climatización y la generación distribuida, en los edificios que lo permitan, será una contribución notable asociada a mejoras en las tecnologías de acumulación. El transporte será dependiente muchos años del petróleo y no será significativa su contribución por gases vertidos ya que la problemática derivada de un parque de vehículos eléctricos descubrirá otro nuevo con el reciclaje de las baterías.


Solo falta ponerse de acuerdo, evitar la demagogia que confunde al ciudadano y no encubrir con recetas de coyuntura un problema que debiera unirnos a todos sin pensar en los procesos electorales.


(Para más información, Branco Bajalica SL. Defensa del Medio Ambiente Tel.: 91 856 01 77, bajalica@bajalica.es, www.bajalica.es)