Al este de Madrid, entre el tráfico de la M-30 y de la Calle del Doctor Esquerdo, a la sombra de la torre de Televisión Española, un paisaje de casas bajas, antiguas “casas baratas”, nos traslada a uno de los jardines públicos más hermosos de la ciudad: la Quinta de la Fuente del Berro.
Las primeras noticias de la quinta, de mediados del siglo XVI, revelan un origen humilde, pues su propietario dedicaba el terreno al cultivo de melones en una extensa huerta que regaba con las aguas del arroyo del Abroñigal. Sin embargo, a comienzos del siglo XVII la finca pertenecía ya al Duque de Frías, que pasaba allí sus días de descanso en un palacete rodeado de jardines. Poco después, en el reinado de Felipe IV, la compró la Corona, y temporalmente se alojaron en ella los monjes de Montserrat llegados desde Cataluña, mientras se terminaba su nuevo monasterio, en la calle de San Bernardo. Aunque la finca continuó cambiando de propietarios, lo que no se modificó fue la estima por sus aguas, recogidas en la fuente que da nombre al parque y que puede verse, aunque en una configuración del siglo XX, junto a una de las entradas de los jardines.
La fuente se creó a mediados del siglo XVI para dar agua a las huertas de la zona y a los viajeros y comerciantes que llegaban a Madrid, y se alimentaba de un viaje de agua que ha sido, tras un estudio arqueológico, recuperado para su visita. Pronto, la calidad del agua se hizo popular y, a finales del siglo XVII, la Reina María Luisa de Orleans ordenó que se le sirviera exclusivamente agua de la Fuente del Berro.
La configuración del jardín que hoy puede verse es resultado de los planteamientos paisajistas introducidos en el último tercio del siglo XIX, momento al que corresponde también el palacete. Tras pasar por fin al Ayuntamiento de Madrid, a mediados del siglo XX, el palacete se convirtió en sede del Instituto Arqueológico Municipal, que permaneció allí hasta la creación del Museo de San Isidro. Hoy el edificio es un centro cultural municipal rodeado de jardines privilegiados, y en sus inmediaciones pueden verse decoraciones de azulejos, como recuerdos de un jardín sevillano que envolvía al palacete, por donde hoy pasean los pavos reales.
Dentro del armonioso jardín de la Fuente del Berro sobresalen el pequeño pabellón neomudéjar que, coronado por una torre con reloj, flanquea una de las entradas; parte de la serpenteante ría que, en sus orígenes, desaguaba en el Abroñigal; una cascada sobre una gruta artificial y varios monumentos, como el dedicado a Gustavo Adolfo Bécquer y, situado en el centro del jardín, al escritor ruso Alexander Pushkin.
Entre las distintas especies arbóreas, con algunos ejemplares de gran porte, destacan cuatro de los árboles singulares incluidos en el Catálogo de la Comunidad de Madrid: un enebro de Siria, un ciprés de Portugal y dos cedros, uno de ellos, del Líbano, y el otro, del Atlas. Después de todos los cambios de propietarios, y aunque el agua que sale por el caño de la fuente ya no sea la que fue famosa, pues la Fuente del Berro está conectada al Canal de Isabel II, la Quinta y sus jardines siguen siendo uno de los parques más apreciados de Madrid, donde la ciudad parece alejarse: cuenta la leyenda que si el paseante se queda mirando con detenimiento entre los árboles, hacia la M-30, es probable que pueda dejar de oír el tráfico intenso de la circunvalación para escuchar el rumor del agua mansa del Abroñigal.
(La Quinta está abierta de 6 a 22 horas de octubre a marzo, y de 6 a 24 horas de abril a septiembre. Información sobre el parque y las visitas al viaje de agua de la Fuente del Berro, en el portal municipal: https://www.madrid.es/).