Hubo un tiempo, en los siglos XVIII y XIX, en que la aristocracia madrileña elegía para pasar el verano las afueras de la ciudad. Así surgieron las quintas de recreo, fincas con grandes extensiones ajardinadas y un palacete que formaron un cinturón en torno a Madrid, especialmente en los Carabancheles, Chamartín de la Rosa y el camino de Aragón. Con la expansión de la ciudad, muchas de ellas desaparecieron, pero algunas se conservan, integradas como parques o jardines públicos, como El Capricho, Vista Alegre, la Fuente del Berro o las dos que protagonizan esta entrada de “Nuestro Patrimonio”, Torre Arias y la Quinta de los Molinos.
En el fragor de la ciudad, cuando la calle de Alcalá camina hacia los polígonos industriales que marcan su final, se encuentran dos jardines que nos hacen olvidar la condición urbana de lo que nos rodea. La más alejada del centro de Madrid, Torre Arias, aunque hunde sus orígenes en el siglo XVI, coincidiendo con la llegada de la capitalidad, vivió su desarrollo durante el siglo XIX. Cuenta con 18 hectáreas de extensión, un lujo en un lugar como Madrid, donde el espacio siempre ha sido un bien preciado, y alterna los jardines con las antiguas zonas de producción, con palomares, gallineros, caballerizas y huertas. En lo alto un elegante edificio de ladrillo rojo preside el conjunto, coronado por la torre del reloj. Dicen las crónicas que su primera construcción corresponde a la etapa más antigua de la quinta, la segunda mitad del siglo XVI, pero lo que vemos –y admiramos- ahora es una construcción de mediados del siglo XIX, cuando la posesión era una propiedad del Marqués de Bedmar. Hoy forma parte del patrimonio de los ciudadanos de Madrid, pues tras un acuerdo con el Ayuntamiento pasó a ser propiedad municipal en 1986.
Unos cientos de metros más abajo, en la misma calle de Alcalá, se sitúa la entrada de la Quinta de los Molinos, cuya historia es paralela a la de Torre Arias, aunque se desarrollara más tarde. De hecho, fue un regalo que el conde de Torre Arias hizo, en los años 20 del siglo pasado, al arquitecto y urbanista César Cort. El propio Cort se encargaría del diseño general de la finca y, en particular, del palacete que domina su parte más alta, donde se aprecia un incipiente modernismo y cuyo interior fue adaptado a nuevos usos, a comienzos de este siglo, por los arquitectos Julio Gómez Martín y Javier Martínez Atienza.
Organizada en terrazas a partir del punto culminante ocupado por el palacete, en la zona más alta se aprecian estanques y dos molinas, pequeños molinos de viento destinados a la extracción de agua, que son los que dan nombre a la quinta y que se trajeron expresamente de Estados Unidos. Si descendemos hacia la calle Alcalá alcanzaremos una zona de plantación en la que abundan los frutales y, si lo hacemos en los primeros meses del año, tendremos el premio adicional de ver una pradera cubierta de almendros en flor, que han acabado por convertirse en uno de los iconos representativos de este lugar que también forma parte del patrimonio de Madrid desde los años 80 del siglo XX.
(La Quinta de los Molinos, en Alcalá, 527 –Metro Suanzes-, y la de Torre Arias, en Alcalá, 551 –Metro Torre Arias- abren de 10 a 17:30 h en invierno y de 10 a 20:30 h. en verano).