Escuchar a D. Luis de Lezama hablar sobre su vida, sus experiencias, es siempre apasionante. A sus casi 88 años sigue incansable dirigiendo el Grupo Lezama -que cuenta en la actualidad con veintidós restaurantes repartidos por España y Estados Unidos-, presidente del colegio Santa María La Blanca, escribiendo nuevos libros que verán la luz dentro de muy poco y ayudando a la gente más desfavorecida enseñándoles un oficio, el de la hostelería. Me reúno con él en la Taberna Alabardero de Pozuelo, preparada con muchas preguntas, pero como no podía ser de otra forma, él lleva el ritmo de la entrevista y me quedo embelesada con todas y cada una de las historias de su vida. Una vida de luces y sombras, pero al fin y al cabo, una vida plena de ayuda al prójimo.

“Mi preocupación ahora es legar ideas para una educación que levante este país”

Pregunta.- Es usted periodista, escritor, sacerdote y empresario. Pero vamos a sus orígenes. Nacido en Amurrio (Álava), de familia humilde, ¿qué valores le enseñaron sus padres?
Respuesta.-
Mi familia era de clase media, muy radicada en la tierra, en su fuerza, aunque mi abuelo era capitán de la marina mercante. Hijo de la Guerra Civil, vivimos una situación muy insólita ya que en el País Vasco éramos perdedores porque mi familia era toda carlista y luego del PNV, en definitiva, gente más de derechas, así que con Franco vivimos una situación muy dura de carencia y de discriminación, pero tuve la suerte de conseguir una beca, la beca de la Viuda de Epalza, para estudiar en el colegio de los Jesuitas en Bilbao. Allí pasé mi adolescencia hasta los dieciocho años que me vine a Madrid a estudiar la carrera.


P.- Empezó la carrera de Ingeniería, ¿no?
R.-
Sí, mi padre me mandó a estudiar Ingeniería Civil en ICAI con los Jesuitas y me fui con mis abuelos que vivían frente al Museo del Prado. Pero al segundo año le dije a mi padre que esa carrera no era lo mío. De ahí pasé al seminario de Madrid e inicié Filosofía y Teología en San Dámaso -en las Vistillas- y eso me cambió la vida. Me pasé allí ocho años hasta que me gradué, en el 62, como sacerdote diocesano. Me mandaron de cura a Chinchón. Allí me di cuenta que aquel pueblo tenía resorts turísticos que pasaban desapercibidos. El pueblo se vaciaba porque los jóvenes se iban a Madrid en busca de trabajo y no volvían. Preocupado socialmente por esta situación fundé en la parroquia un comité de turismo. Fue algo insólito en aquella época. Organicé La Pasión de Chinchón que hoy en día es un evento de interés turístico muy relevante, creando así un estilo y una fuerza distinta en el pueblo. Llevé a Cándido de Segovia a dar cursos de asado y todo esto influyó en lo que hoy es Chinchón.


P.- Y de Chinchón le trasladan a Vallecas…
R.-
Sí, a Entrevías, un lugar totalmente distinto, lleno de chabolas y de chavales que se dedicaban a ser rateros, pero gente sana. Muchos de ellos robaban en la Puerta del Sol y recuerdo que siempre les decía que devolviesen las carteras en el buzón de correos, sobre todo porque era muy complicado volver a hacerse los documentos de identidad en esos años. Todo este ambiente me produjo un impacto vital y me hizo preocuparme mucho más por una sociedad que necesitaba puestos de trabajo. Desde los años 1965 a 1969, abrí allí la Casa de los Maletillas. Venían chavales que querían ser toreros, gente que acababa de salir de la cárcel y andaban por los caminos con el jato a cuestas y querían llegar a ser alguien en el mundo de los toros. Teníamos 16 literas en la Casa de la Unión Vecinal, se les daba algo de cena, ducha y cama. Por la mañana, Juana que era una señora que vivía en la chabola que había enfrente, venía con su pata de palo -le mordió una rata y se le gangrenó la pierna- a ayudarme a limpiar y a hacerles el desayuno: café y chuscos de pan que me daba el panadero de Vallecas. Luego todos se iban a la aventura y a la noche, algunos volvían y otros no. Todo esto me hizo tener un contacto muy directo con la realidad del barrio y sus problemas también con las drogas.


P.- ¿Es ahí cuando funda El Albergue?
R.-
Sí, por aquellos entonces no había ningún proyecto de Cáritas, nadie quería a estos chicos porque decían que eran un problema. Luego con los años Cáritas funda el Proyecto Hombre, pero antes no había nada. A mí se me murieron varios con sobredosis. La finalidad del Albergue es ayudar a estos chicos en la recuperación de sus adicciones o a la gente que sale de la cárcel y no encuentra trabajo proporcionándoles una formación.


P.- ¿Hay algún caso que recuerde con mayor cariño de los chicos que han pasado por El Albergue?
R.-
Paco es un caso de superación de sí mismo, tenía 15 años cuando vino conmigo. Habíamos salido de Vallecas, nos trasladamos a un chalet desmantelado que nos prestaron en Ciudad Lineal y empezamos con la Taberna del Alabardero, fue en el año 1974. Pero la vida del Fafa, la tengo clavada. Se me apareció en Entrevías una noche que vino Juana con su hija, me dijeron: “Don Luis, los maderos están persiguiendo a un chico que está escondido en hueco grande en las vías bajas, sabemos dónde está porque le hemos llevado agua. Está herido, van a por él. ¿Por qué no viene usted y le convence para que se venga a casa y lo escondemos?”. Hoy esto lo ves de otra manera, pero me fui con la hija de Juana por el sendero que bajaba a las vías. Me llevé la linterna, cuando llegamos al lugar le hice señas con la luz y le dije “no soy policía, soy el cura de parroquia”. El Fafa se asomó, me comentó que estaba herido de bala en la espalda. Lo llevé a casa porque había que sacar la bala. Llamé a un médico muy amigo mío que trabajaba en el hospital Puerta de Hierro, me dijo que no lo llevase a urgencias porque ellos tenían la obligación de notificarlo. Finalmente, le convencí porque yo no tenía instrumental ni sabía sacar la bala. Quedamos en el parque enfrente de su casa, en un banco, llegó con el instrumental y le sacó la bala. El Fafa vino a casa. Empezó a trabajar en la Taberna del Alabardero, restaurante que abrimos para poder financiar el Albergue. Era un tío genial, alegre y atendía muy bien a los clientes que venían a los conciertos del Teatro Real. Había siempre un cliente muy ostentoso que acudía con su mujer y siempre se relacionaba con El Fafa, hasta que sus compañeros me dijeron que este señor traía droga a la Taberna y que el Fafa estaba consumiendo otra vez. Un día coincidí con el cliente, le cogí aparte y le dije “haga el favor de no volver, respete a los chicos de la taberna porque soy capaz de rajarle, no necesito llamar a nadie”. Se fue a la barra acalorado, tiró el dinero encima y se marchó diciendo, “se va usted a acordar de mí”. Fafa se acercó llorando, “Don Luis no haga esto por mí, porque yo ya estoy perdido, estoy consumiendo”. Le mandé a Zaragoza a un centro donde trataban a chicos y chicas. Allí se enamoró de una chica que también estaba en rehabilitación. Tengo la foto de ellos de novios. El síndrome de abstinencia lo pasaban a pelo. El Fafa me decía “D. Luis, estamos en camino”. Pero luego, se fue a casa, volvió a consumir. Murió. En el hospital, estábamos su madre y yo, le dio tiempo de despedirse y me dijo “D. Luis, gracias por todo lo que ha hecho por mí, pero siga haciéndolo por los demás”. Aún con todas estas historias, fue una etapa feliz.


P.- ¿Cuándo hace la carrera de Periodismo?
R.-
Estando en Vallecas inicio Ciencias de la Información en la Complutense. Entré de secretario del cardenal Tarancón porque lo que quería el arzobispo es que me ocupara de la televisión y estuve cinco años haciendo la carrera.


P.- Fue corresponsal de guerra, de hecho, fue herido de bala en la Guerra de los Seis Días en Siria y también entrevistó a los supervivientes del accidente de avión en Los Andes.
R.-
Sí, en el último año prácticamente te daban prácticas en la Agencia EFE. Al ir fuera te pagaban más y claro, había que mantener lo del Albergue. Si no me llamaba el director de internacional de EFE, le llamaba yo para ir fuera. Ahora que está tan de moda la película de Bayona, “La sociedad de la Nieve”, los entrevisté en su momento y, hace poco, he hecho dos programas con Roberto Canessa y con Nando Parrado. Seguimos en contacto, además cuando vienen a Madrid, vienen a casa. Roberto dice que soy el tío Luis. Era freelance en esos años y escribí 18 capítulos sobre ellos que se publicaban luego en La Voz de Galicia, El norte, Castilla y León…, porque la Agencia EFE era la que distribuía todo.


P.- ¿Deja usted la vida sacerdotal en algún momento para dedicarse a la empresarial? Porque ya tiene 22 restaurantes abiertos tanto en nuestro país como fuera de él.
R.-
Nunca he dejado la vida sacerdotal. Tuve un año sabático que me dio Tarancón para hacer la taberna, muy a pesar suyo, porque quería mandarme a Roma a hacer la academia. Ese año sabático me permitió hacer más ejercicios espirituales, dar charlas en colegios, suplir a párrocos amigos que se iban unos días de descanso, hasta que hace dieciséis años me distancié un poco de lo que es todo el entramado empresarial para ver si se desenvolvían solos. Fue entonces cuando volví al arzobispado pidiendo a Rouco Varela que me diese una parroquia que no quisiese nadie. Me dio Montecarmelo, que en esos años era un pedregal, no había nada. Mientras se hacían la parroquia y el colegio, me instalé, gracias a Alberto Ruiz Gallardón, en una casa datada en el siglo XVIII al lado del santuario que había en Fuencarral, ese fue mi despacho parroquial hasta que terminaron las obras.


P.- Hablemos del colegio de Santa María la Blanca, catalogado como uno de los mejores colegios del mundo. ¿Qué es lo que tiene de especial?
R.-
El sistema, el profesorado es bueno, pero el sistema ha tocado la tecla de la educación que necesitamos en España.
Hay que acomodar la Inteligencia Artificial que está al alcance de la mano, a la metodología que tienes que tener, porque si no hay sistema no hay método y si no hay método, no produces un bien común, no hay educación. La clave está en crear sistema. El sistema EBI (Educación Básica Interactiva), reivindica la educación personalizada. El método está en descubrir el capital humano de cada uno para lo cual tienes que servirle herramientas y las herramientas no son las matemáticas sólo, son también la música, la pintura, el arte, el hockey sobre patines…, porque eso hace al individuo descubrir sus habilidades. Tenemos que descubrir y educar de manera individual las habilidades de cada alumno porque a través de ellas encontrará su vocación.


P.- A sus 88 años de edad, como hombre inquieto que es, ¿qué le queda por hacer todavía?
R.-
Para mí ahora, tiene prioridad todo lo que es el legado educativo. El Grupo Lezama tiene dos patas, la hostelera y la formación. Nuestra escuela de hostelería de Sevilla está entre las mejores del mundo, he sido y soy todavía presidente, ahora de honor de la Asociación Europea Internacional de Escuelas de Hostelería (Eurhodip).


Me ha preocupado mucho el enclave de España en Europa y esta asociación nació justo cuando se creó la Unión Europea, está domiciliada en Bruselas y abarca 18 universidades incluidas 14 rusas que me escriben para que vaya, pero está el panorama como está. Mi preocupación ahora es legar ideas para una educación que levante este país, que está hundido con una falta de liderazgo tremenda.

Texto y fotos: Kathy Montero