Isaac Palomares / Abogado

Estamos en Semana Santa y vivimos la Semana Santa desde dentro y desde fuera, siendo nazareno o no….

Yo soy nazareno y he de decirles que me hice nazareno porque desde muy pequeño me sorprendió ver unas siluetas de color morado que en la casi oscuridad de la noche, bajo la luz de unas míseras bombillas con una pequeña visera encima y que estaban situadas en las esquinas de las calles, llegaban en fila con unos faroles de latón en cuyo interior iba una vela de cera de las que se hacían en la cerería del pueblo con los cuadros de las colmenas de abejas, que sonaban a hueco cada vez que golpeaban el suelo….

Yo, con ojos de crío, miraba aquellos casi espíritus de los que solo se veían los zapatos y dos aberturas en la parte de la cabeza por las que miraban y encaminaban su paso por nuestras calles, agarrando aquellos viejos faroles con sus manos cubiertas por guantes también morados…

Me pareció que aquello era mágico, poder mirar desde esos ojos, desde esos rostros cubiertos por un capirote con dos aperturas, y ver todas las almas que se apostaban en todo el recorrido, básicamente en las esquinas, y poder sentir lo que transmitían aquellas caras de emoción, ilusión, pena, dolor y mucho amor por un Cristo con una cruz a hombros que iba vestido como ellos, pero sin capirote.

Desde aquel momento las ganas de ser nazareno brotaron en mi corazón, y no paré hasta que, a los doce años me convertí en uno más de ellos.
Me hicieron la túnica, con mi capirote, con mis guantes morados y mis cordones dorados.

Recuerdo el primer día que me vestí de nazareno, un jueves santo del año 1983, en el viejo teleclub del pueblo, la emoción, los nervios me invadían; pude descubrir que aquellos nazarenos eran recios y nobles agricultores, ganaderos, carpinteros, herreros, pastores, cabreros, comerciantes, empleados de todo tipo de oficios del pueblo, que llevaban aquel vestido morado con devoción y con mucho amor, ya que en la mayoría de los casos habían heredado las túnicas de sus padres, y lo habían hecho como una joya preciada, pues parecía que la propia túnica llevaba incorporado un corazón, corazón de pueblo, corazón de Dios.

Aquella noche experimenté la magia de poder ver a través de las aberturas de mi capirote a todas aquellas almas que me habían acompañado siendo niño en el recorrido mientras la fila morada interminable recorría nuestras calles, y sí, vi el amor, vi la generosidad, vi la fe, vi la ilusión, vi a mi pueblo, un pueblo grande que quería a Dios.

Cuando llega Semana Santa, nuestro país vibra, siente como nunca su fe, su amor por su Cristo, por su Virgen afloran como una flor en primavera en cualquiera de los campos de flores de nuestro país, campos de amapolas, de lavandas, campos arados y sembrados por las manos de nuestros agricultores, que con generosidad infinita dan todo lo mejor de sí mismos, lo que mamaron de sus ancestros.

En estos tiempos convulsos en los que se pone en valor lo que no vale ni un suspiro, ni un latido del corazón, es muy necesario que pongamos en valor nuestras tradiciones y costumbres, es muy importante que inculquemos a nuestros hijos el sentimiento de un pueblo que durante siglos ha defendido los principios y valores cristianos, pues no debemos olvidar que España es cristiana de vocación, de sentimiento y de devoción, no debemos olvidar que España luchó durante siglos contra la ocupación musulmana, la ocupación por parte de los que en el Cantar de Mío Cid, se llamaban “moros” aunque ahora parezca que debemos tener complejos de no pronunciar esta palabra por si caemos en un delito de odio o xenofobia.

La Historia es la que es, se ha desarrollado de una manera, que por mucho que se quiera no se puede retorcer o tergiversar, y la Historia de España es una historia llena de momentos de grandeza, de nobleza, de defensa de la fe cristiana contra el Islam, no debiendo sentirnos mal por decirlo alto y claro.

Y sí, yo soy nazareno, soy cristiano, cada día llevo a mi Cristo no sólo en mi pecho, sino sobre todo en mi corazón, en lo más profundo de mi ser, y en mi mente.

Defender lo nuestro ha de ser lo común, lo normal en estos tiempos que corren, puesto que hay otros muchos que defienden sus creencias sin que nosotros los critiquemos o insultemos. Y si queremos que nuestro país, nuestra esencia, nuestro ADN se mantenga y no se borre del mapa, hemos de transmitir esto mismo a nuestros descendientes, para que de generación en generación lo sigan defendiendo, lo sigan enseñando, lo sigan sintiendo y se sigan enamorando.

Tenemos el país más maravilloso del mundo, un país con una historia sin igual en todo el globo terráqueo, tenemos unas costumbres y tradiciones, una gastronomía, unos personajes históricos, que ya los querrían para sí otros muchos, aunque últimamente nos han entrado un complejo ruin y miserable que lo único es hacer que los que nos precedieron mueran cada día un poco más, puesto que no defendemos lo nuestro ni a los nuestros.