Nuestro protagonista de este mes en el Ayer y hoy de… es muy querido en Pozuelo de Alarcón. Gracias a uno de sus jefes de cuando trabajaba en la fundición, que le animó a sacarse un sobre sueldo trabajando fuera de la fábrica, fue como llegó a Pozuelo con su bicicleta Plácido Gómez, vendiendo ajos y cebollas.


De ahí, cambió de género, “traje en la bicicleta unos cuantos calcetines y delantales que se vendieron al poco de llegar y me dije “esto da negocio”. Así que fui aumentando la cantidad, lo poco que podía llevar en la bicicleta, claro. Esto fue a principios de los años 60, me ponía en la antigua plaza de toros a vender allí. No conocía para nada los pueblos de esta zona, he estado en Boadilla, Majadahonda, Villaviciosa de Odón… un día llegué a Pozuelo, todo lo que traía lo vendí en un ratito y ya me quedé aquí”, recuerda Plácido Gómez de aquellos inicios.


Al poco tiempo se hizo con una moto con sidecar, dejando aparcada la bicicleta. En la parte del sidecar traía algo más de género que en la bici, “antes no había tantos comercios, ni proveedores, y tengo que decir que gracias a los proveedores con los que yo trabajaba, que me daban fiada la mercancía que luego vendía, pude seguir hacia adelante y aumentar el negocio”. Después de la moto con sidecar, adquirió un viejo Citroën de segunda mano del que recuerda que “para frenar el coche tenía que sacar el pie porque tenía la chapa de abajo rota (risas). En esa época fue cuando empecé a traer a mi hijo Miguel, que era pequeño, y le atábamos a la farola de la antigua plaza de toros para tenerlo controlado. La gente de Pozuelo era muy maja, había mucho extremeño. Recuerdo que las señoras se acercaban al puesto y me decían “me gusta esto, pero no traigo dinero, la semana que viene te lo compro”. Y yo les contestaba “lléveselo usted señora, la semana que viene me lo paga”. No tomaba señas, ni teléfono, ni nada, pero la gente siempre volvía a la semana siguiente a pagar, eran muy majas y de fiar, que hoy en día sería complicado”, nos dice emocionado Plácido.

Izq.: Plácido Gómez de joven cuando iba vendiendo ristras de ajos. Centro: Letra de la canción que Gómez compuso a Pozuelo. Dcha.: Plácido, en la tienda que actualmente dirige su hijo Miguel junto a su mujer


La clientela de Plácido Gómez en el puesto del mercadillo fue en aumento. Adquirió una DKV y en esa época ya contaba con un puesto de unos 12 metros, en el que además de calcetines, ropa interior de caballero y señora, los paños higiénicos ya en desuso o las gasas para los bebés, también vendía toallas y sábanas. “no sé lo que habré vendido en sábanas, date cuenta que antes se estilaba preparar el ajuar para la boda y casi todas las chicas, cuando terminaban el colegio, hacían corte y confección, casi todas sabía coser. Vendíamos piezas grandes de tela, se las llevaban por metros y ellas mismas las cosían. Además, es que traíamos muy buen género, pasaba igual con las cortinas, se llevaban tela para los visillos, las cortinas y el bandó y las confeccionaban ellas en casa. Antes muy poca gente se podía permitir encargar a un decorador para que les hicieran las cortinas”, nos dicen Plácido y su hijo Miguel, actual gerente del negocio junto a su mujer.


Una mañana a Plácido le dio por echar un vistazo a los edificios nuevos que se estaban construyendo en el pueblo, porque antes “todo esto era campo, vi los locales que se estaban haciendo, pregunté lo que valían y me decidí por coger uno. Fui a hablar con Eduardo Ramos, que era el constructor y compré uno. Me costó por aquellos entonces, en el año 1974, un millón y pico de pesetas. Fui pagándolo mes a mes. Casi tres años más tarde compré el local de al lado, porque ya no me cabía todo el género en éste, entre las piezas de sábanas, cortinas, abrigos, los babis de los coles y demás prendas, ya no tenía sitio”, cuenta Plácido. Hoy en día siguen en el mismo local de la calle Las Flores, 5 esquina con la calle Doctor Cornago.


Actualmente Plácido, a sus espectaculares 88 años, ya está jubilado, pero echa de menos esos años en los que no paraba de trabajar, “aquí estábamos cuatro o cinco dependientes y no te daba tiempo ni de ir a desayunar del jaleo que teníamos. Siempre he estado muy contento con la gente que he tenido porque han sido muy formales”, recuerda Plácido. Su hijo Miguel, que ha estado desde siempre con su padre, recuerda que muchas veces “dormía debajo del mostrador, entonces no había horario de cierre y menos cuando llegaban estas fiestas navideñas, hemos llegado a cerrar a las tres de madrugada. Había gente que compraba en las horas de comercio, pero los que salían de trabajar, lo hacían después y te daban las dos y las tres de la mañana”. Miguel estudió decoración para poder ofrecer un mejor servicio de cara la venta de cortinas y visillos, así como de ropa de hogar. Su mujer, que estudió corte y confección entró en la empresa con 14 años. Toda una vida dedicada a la venta que ha visto y ve cómo sufre el pequeño comercio, un sector que ofrece calidad además de un servicio exclusivo a cada cliente que entra por su puerta.

Izq.: la tienda de Plácido Gómez en sus inicios. Dcha.: Miguel junto a su padre, Plácido.


Emocionados, tanto padre como hijo, recuerdan a esa clientela de años, muchos de ellos desaparecidos ya, y es que para ellos no eran meros clientes, eran parte de su familia, eran amigos. Anécdotas tienen miles, siguen teniendo clientes fieles, los hijos y nietos de aquellas familias de siempre que venían comprar a Plácido, lo hacen ahora con Miguel y su mujer, además de nuevos clientes, por supuesto.


Los tiempos cambian y el negocio se ha ido actualizando y especializándose. Nos cuenta Miguel que “antes el cliente a la hora de vestir era más conservador, tanto en la ropa de caballero como de señora y si se quedaba algo de género lo guardabas para la siguiente temporada porque no pasaba de moda. Ahora, sin embargo, tienes que tener en cuenta las tendencias de cada temporada, que siempre cambian. Intento tener un poco de todas las tallas tanto clásico como menos clásico, todo de calidad y ajustado a precio”.


Plácido está orgulloso que su hijo y su nuera hayan cogido las riendas de negocio, sobre todo en estos tiempos tan complicados para el pequeño comercio. Él disfruta ahora de su jubilación, una jubilación en la que no para de hacer cosas porque además de buen empresario, tiene una mente inquieta y creativa y lo ha demostrado escribiendo cuatro novelas y una canción dedicada a su pueblo de adopción Pozuelo, además de formar su propio grupo de música “Plácido y Embrujo Andaluz” con el que animaron varios años las fiestas grandes de Pozuelo.


Toda una vida de trabajo la de Plácido Gómez, cuyo hijo Miguel, ha sabido tomar ejemplo del mejor mentor, su padre.


Texto: Kathy Montero Fotos: Ayer&hoy, Plácido Gómez