Iván Carabaño Aguado.
Servicio de Pediatría. Hospital 12 de Octubre.

Hay historias que te llegan, que te atrapan, que se anudan a ti, que te acompañan allá donde vayas. Recuerdo que, hace años, muchos años, siendo yo residente de Pediatría del Hospital 12 de Octubre, conocí a una niña llamada Diana Carolina, que estaba ingresada por una leucemia de reciente diagnóstico. ¿Qué años tendría: seis, siete, ocho? Por ahí andaba la cosa.

Como les decía, hay pacientes que se quedan impresos en la memoria, como se queda con uno la primera cita, los amigos de la infancia, o aquella música tan especial que escuchábamos mientras montábamos en el coche de nuestros padres. Diana Carolina era coqueta, delgada, y tenía acento de Puerto Rico; y su madre, cuando la conocí, solo acertaba a preguntarme qué era aquello de un trasplante de médula ósea. Que se lo habían explicado pero no lo entendía, y que estaba nerviosa, muy nerviosa. Allí puse cara a un tratamiento del que hasta la fecha solo retenía las trivialidades que me preguntaron en el examen de Hematología, en quinto curso de mi carrera. Bueno: eso, y que todos asociábamos el trasplante de médula con el tenor Josep Carreras, y su fundación.

Tirando de oficio, pues de aquella yo tenía muchas horas de vuelo como docente en una academia de formación MIR, le dije a la mamá de Diana Carolina que la médula ósea es el lugar donde se forman las células que componen la sangre. Esto es: los glóbulos rojos, los glóbulos blancos y las plaquetas. Y que, aunque parezca mentira, en la dureza del hueso, en esa estructura que podríamos pensar inerte, está el líquido que nos hace vivir. Qué paradojas tiene la Biología, ¿verdad? Pues bien: el trasplante de médula consiste en sustituir la “fábrica de la sangre que está enferma” por una fábrica de la sangre que esté sana. Y este hecho implica, a su vez, dos procesos: en primer lugar, eliminar la médula enferma; y, en segundo lugar, implantar una médula ósea sana.

Imaginemos, por un instante, que la médula ósea fuese dura, y que estuviese solo en un punto del cuerpo. En ese caso, la retiraríamos a través de un proceso de raspado. Pero no es así: la médula está en múltiples lugares, y no es firme, en absoluto. Por lo tanto, para retirar la médula enferma lo que hacemos es administrar productos químicos en gran cantidad (quimioterapia a dosis altas) que acaben con todas estas células. Y acto seguido, infundimos a través de una vía periférica una médula ósea que esté convenientemente sana. Estas células son tan listas y conocen tan bien su ubicación, que ellas solas se posicionarán en el lugar que les corresponda. Hay dos tipos de trasplante: uno, (llamado “autólogo, o autotrasplante”), a través del cual se infunde la médula ósea del propio paciente, previamente extraída y debidamente purificada. Esta modalidad de trasplante se reserva para casos muy concretos. Verás: para el tratamiento de algunos tumores, como efecto colateral, la médula ósea sufre un daño considerable. Como sabemos que este hecho va a ocurrir, lo que hacemos es reservar antes de aplicar el tratamiento mielotóxico una parte de la médula del paciente. El otro tipo de trasplante se llama “alogénico”, y en él se infunde la médula ósea de otra persona. Usando un ejemplo de fácil comprensión, es como si alguien muy generoso nos viera caminar descalzos y nos diera sus mocasines impolutos. Ahora bien: los zapatos tienen que ser de nuestro número, han de combinar con nuestra ropa, nos tienen que valer a las mil maravillas, pues en caso contrario los pies se nos van a llenar de rozaduras, nos van a doler, vamos a apoyar mal al caminar, etc. Esto es lo que se conoce como “compatibilidad”. La médula donada, como los zapatos, ha de ser exactamente la que nosotros necesitamos. También se pueden emplear células del cordón umbilical.

¿Cómo saber si nuestra médula le servirá a alguien? Muy sencillo: hágase donante de médula. Es la única forma de saberlo. Para ello, ha de dirigirse al centro de trasfusión más cercano a su domicilio. Por ejemplo, en Madrid está ubicado en la Avenida de la democracia s/n. Allí le harán un análisis de sangre amplio, donde harán un mapa con diversos parámetros: no solo el grupo sanguíneo, sino una especie de genes llamados HLA. Y pasará a formar parte de un gran catálogo de donantes. Puede que no le llamen nunca para donar su médula a un paciente. O que tarden unos cuantos años. Pero si le avisan, le dirán exactamente dónde se requieren sus células. Usted se desplazará hacia ese lugar, y allí regalará un pedazo de su vida para garantizar otra.

¿Cómo se hace la donación? Bien a través de extraer bajo anestesia un pequeño fragmento de la médula de su hueso ilíaco; o a través de un análisis. Así de fácil. Así de sencillo. Yo soy donante. Y usted, ¿a qué está esperando?