Anna Sanmartín Ortí,
Subdirectora del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de Fad

Decimos que un 56% de nuestros jóvenes defiende posiciones machistas porque sostienen determinadas posturas cuando les preguntamos cómo creen que son los hombres y las mujeres, qué roles ejercen en el seno de la familia o en el grupo de amigos, si existen espacios de desigualdad en el ámbito público y privado de nuestra sociedad o qué medidas habría que implementar para evitar la discriminación por razón de género. Posturas que, en concreto, tienen que ver con defender actos de control en el seno de la pareja (revisar el móvil, decidir con quién puede quedar la pareja o qué ropa ponerse, difundir imágenes íntimas sin consentimiento), con una escasa identificación de espacios de desigualdad en la vida pública (en el ámbito laboral, en el trato con la gente, en redes sociales o en la presencia política), y con roles muy tradicionales en el entorno familiar (mayores acuerdos, por ejemplo, en torno a la idea de que las mujeres lo que quieren principalmente es formar un hogar y tener hijos). Frente a este grupo en el que una mayoría son hombres, existe un 44% de jóvenes conscientes y equitativas, en femenino porque hay una mayoría de chicas, que huye de los roles estereotipados y apuesta por la generación de medidas que avancen en la mejora de oportunidades para las mujeres en el acceso a la vida social, política y económica.

Posturas plurales que, sin embargo, mayoritariamente (en un 70% de los casos) dicen estar muy de acuerdo con la idea de que hay que promover que los puestos de trabajo los ocupen las personas que lo merezcan en base exclusivamente a sus méritos, sin que existan cuotas de discriminación positiva de ningún tipo. Una postura meritocrática que obvia una desigualdad estructural de partida, que es la que traduce la realidad ideal en los datos concretos que no nos cansamos de repetir sobre el techo de cristal, la discriminación salarial hacia las mujeres o la escasa presencia femenina en profesiones y puestos de poder y de toma de decisiones.

El estudio de la opinión y las posturas juveniles sobre estos temas a través del barómetro periódico que realizamos desde el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de Fad, nos permite tomar el pulso y retratar a la juventud con el fin de poder potenciar las actitudes más positivas y trabajar para cambiar aquellas que perpetúan la inequidad de género. Porque no se trata sólo de intervenir sobre las manifestaciones más graves de esa inequidad, la violencia de género explícita, sino que nuestra vocación es la de ser capaces de anticiparnos y de cuestionar todas esas asunciones normalizadas, todo ese conjunto de ideas interiorizadas y naturalizadas sobre qué es ser hombre y mujer, qué cualidades se atribuyen a unos y a otras y qué espacios se reservan, en consecuencia, a cada uno, base sobre la que se sustenta la inequidad y la violencia.

El peligro de naturalizar las diferencias porque “somos diferentes por naturaleza y complementarios”, supone obviar el proceso de socialización diferencial de hombres y mujeres que hace que a las mujeres se les atribuyan cualidades de delicadeza, cuidado o empatía, por poner solo un ejemplo, o a los hombres actitudes más proactivas, audaces, violentas o emprendedoras. Dos formas de ser que son aprendidas, que no tienen la misma valoración social y que, por lo tanto, no posibilitan de igual modo el acceso a la vida pública, al poder o a la toma de decisiones.

Esta es la tarea más complicada, el poner en cuestión nuestras creencias, el imaginar otras formas de ser y estar, el complejizar la realidad y atender a nuestros prejuicios e ideas preconcebidas. Porque no nos conformamos con que una mayoría de jóvenes (algo más del 56%) señale que las desigualdades en España entre hombres y mujeres son grandes o muy grandes, percepción que ha ido en aumento desde el año 2008. Más allá de reconocer que existen y de condenar esas diferencias, hemos de ser capaces como sociedad de identificarlas en todas sus formas y manifestaciones, para poder acordar medidas eficaces que las combatan.