Se tienen antecedentes de que los primeros arados, conocidos como tales, datan de alrededor de 3500 años antes de Cristo. Fueron las civilizaciones situadas en Oriente Medio donde los pueblos de Mesopotamia llevaron a cabo la labor de inventar este instrumento.

Los primeros instrumentos que se parecían a los futuros arados estaban realizados completamente en madera: utilizaban ramas de una sola pieza. Al principio para abrir el surco en la tierra el hombre era el que tiraba de ese artilugio recién encontrado. Sería mucho más tarde, alrededor del año 3000 antes de Cristo cuando comenzaron a utilizar con mayor asiduidad los animales. Hablamos de los bueyes, un animal fuerte y tranquilo que cuadraba a la perfección en la función de tirar del arado.

Fueron los romanos quienes añadieron a esos arados una pieza fundamental para facilitar el realizar los surcos: las cuchillas de hierro que ahondaban en la tierra. En la Edad Media se comenzó a usar el arado con rejas y cuchillas, sobre todo en los suelos más duros en las zonas del interior de Europa. En 1730 el holandés Joseph Foljambe construyó en Inglaterra el arado denominado Rotherham de forma triangular y mucho más práctico y sencillo para realizar las labores de siembra. Este momento marcó el comienzo en la fabricación industrial del arado.